domingo, 26 de julio de 2020

Trabajo desde casa

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jueves, 5 de marzo de 2020

Proximas nuevas entradas

Próximamente haré algunas entradas sobre metafísica y cuales son los beneficios de lo que ello nos puede aportar.

Pondré algunas técnicas para que a quien le interese el tema pueda practicar.

Saludos 

                 Nani

Lo mas importante no es lo que puedes obtener


Lo mas importante no es lo que puedes obtener si no lo que tu puedes dar.

Nuestra mente nuestro ego siempre esta pensando en nosotros mismos y ni siquiera nos damos cuenta de quienes somos,lo mas importante en el mundo,no es lo que tu puedes obtener si o lo que tu puedes ofrecer a los demás a la vida y al universo,  en un perpetuo mobil que te llevara a lo más elevado del espíritu humano.


Pase lo que pase, tu eres excepcional




Nuestra mente es traicionera,es el enemigo mas grande al que tenemos que vencer.Como decia socrates: "la mayor de las enseñanzas es conocerte a  ti mismo."

La mente es como un alienigena que nos abduce y nos lanza pensamientos basura,de tal modo que nos puede hacer pensar que somos las criaturas mas despreciables de este mundo.Cuando esto sucede bajan nuestros niveles de auto-estima hasta tal punto que podemos caer en depresion.

Aunque tu mente te mande pensamientos basura ha algo que siempre debes recordar:
"Tu eres un ser excepcional" sean las circunstancias que sean y pase lo que pase.

Yo soy dios y dios soy yo,cuando ceso de ser dios...
tu eres dios, y dios eres tu,cuando cesas de ser tu..
yo y tu somos dioses y como dioses somos seres absolutamente excepcionales.

Nosotros no somos hombres con espiritu,somos espiritu encarnando un cuerpo de hominido para recoger la experiencia de este mundo, o este plano dimensional en el que estamos.Nuestro cuerpo morira y nosotros seguiremos estando ahi porque somos espiritu.

Al ser como dioses sacaremos partido de todas las experiencias vividas sobre este mundo sin pensar si son buenas o malas.

Se muy bien que tu me estas leyendo, no quieres estar triste,ero si o conocieras la tristeza,te perderias una experincia importantisima de este plano dimensional.
Si no quieres que llueva, y quisieras que siempre estuviera soleado,te perderias las maravillosa experiencia de sentir la caricia de la maravillosa lluvia sobre tu cuerpo.

Toda las experiencias vividas a traves de la mente son valoradas como buenas o malas por eso tambien la mente puede conencerse de que tu eres un ser despreciable.

Aunque tu no lo entiendas ahora puedes cambiar tu manera de ver el mundo,porque eres dios.

Quiero que sepas que: "Pase lo que pase tu eres un ser excepcional"

viernes, 28 de febrero de 2020

Clarivide4ncia




CLARIVIDENCIA
C. W. LEADBEATER
Título original: Clairvoyance
Traducción (sobre versiones clásicas): Alberto Laurent

Contenido
Clarividencia simple
Clarividencia en el espacio
Clarividencia intencional
Por la ayuda de un espíritu de la naturaleza
Por medio de una corriente astral
Por medio de la proyección de una forma de pensamiento
Viajando en el cuerpo astral
Viajando en el Mayavirûpa
Clarividencia semi intencional
Clarividencia no intencional
Clarividencia en el tiempo
El pasado
El porvenir
Métodos de desarrollo

Clarividencia, literalmente, no significa otra cosa que «ver con claridad», siendo una palabra que ha sido muy mal aplicada y degradada, hasta el punto de empleársela para describir las tretas de un saltimbanqui en un espectáculo de feria. Aun en un sentido más restringido abarca una gran variedad de fenómenos que difieren tanto en carácter, que no es fácil dar una definición de la palabra que a la vez sea exacta y sucinta. Ha sido llamada «visión espiritual», pero no hay interpretación más errónea que ésta, pues en la mayor parte de los casos no existe facultad. alguna relacionada con ella, que tenga el menor derecho a honrarse con nombre tan elevado.

Al objeto de este trabajo pondríamos quizá definida como el poder de ver lo que se halla oculto a la mirada física ordinaria. Conviene igualmente exponer desde luego que con mucha frecuencia (aunque de ningún modo siempre) está acompañada de lo que se llama la clariau­diencia o el poder de oír lo que es imperceptible para el oído físico ordinario; por lo que, para nuestro objeto, consideraremos el título nues­tro libro como comprensión también de esta facultad, a fin de evitar lo pesado de usar constantemente dos palabras largas cuando basta con una.

Los fenómenos de la clarividencia difieren tanto, así en carácter como en grado, que no es muy fácil decidir el modo más satisfactorio de clarificarlos. Pudiéramos, por ejemplo, ordenarlos con arreglo a la clase de vista empleada, esto es, ya sea devachánica, astral o meramen­te etérica. Pudiéramos divididos con arreglo a la capacidad del clarividente, tomando en consideración si había sido o no educado; si su visión era regular y estaba bajo su dominio, o espasmódica e independiente de su voluntad, si la podía ejercitar solamente bajo la influencia magnética, o si esta ayuda no le era necesaria; si podía usar su facultad en estado de vigilia en el cuerpo físico, o si sólo se manifestaba cuan­do estuviese temporalmente fuera del cuerpo dormido o en trance.

Todos estas distinciones son de importancia, y tendremos que tomarlas en consideración a medida que avancemos; pero quizá después de todo, la clasificación más útil sea una semejante a la que adoptó Sinnett[1] en su Rationals of Mesmerism, libro que, dicho sea de paso, deberían leer todos los estudiantes de clarividencia.
 Cuando lleguemos, pues, a tratar de los fenó­menos, los ordenaremos más bien con arreglo a la dirección de la visión empleada que al pla­no en que se ejercite, de manera que podremos agrupar los ejemplos de clarividencia bajo deno­minaciones como las siguientes:

1. Clarividencia simple:
 Esto es una mera facultad de ver, que permite a su poseedor distinguir las entidades astrales o etéricas que se hallen a su alrededor, pero que no comprende el poder de observar, ya sea sitios distantes o escenas pertenecientes a otro tiempo que al presente.

2. Clarividencia en el espacio:
 La facultad de ver escenas o sucesos a distancia del vidente, y aún demasiado alejados para la observación ordi­naria, u ocultos por objetos intermedios.

3. Clarividencia en el tiempo:
 Esto es la facul­tad de ver objetos o sucesos alejados del vidente por el tiempo, o en otras palabras, el poder de ver en el pasado o en el porvenir.
Antes, sin embargo, de emprender útilmente una más detallada explicación, es necesario que dediquemos un poco de tiempo a algunas consideraciones preliminares, a fin de que tengamos bien presente algunos hechos generales respecto de los diferentes planos en que puede ejercitarse la visión clarividente, y las condiciones que hacen posible su ejercicio.

Se nos asegura constantemente en la litera­tura teosófica, que todas estas elevadas facul­tados serán muy pronto la herencia de la huma­nidad en general, que la facultad de la clarividencia, por ejemplo, existe latente en todos, y que aquellos en quienes se manifiesta ya, se encuentran sencillamente, en lo que a este punto se refiere, un poco delante de los demás. Ahora bien: esta afirmación es verdadera, y sin embargo parece muy vaga y muy poco real a la mayor parte de la gente, sólo por­que consideran semejante facultad con lo algo absolutamente distinto de todo lo que hasta aho­ra han experimentado, y se sienten bien segu­ros de que, por lo menos ellos, no se encuen­tran a una distancia de posible apreciación de su desarrollo.
Puede ayudar a desvanecer este sentimiento de falta de realidad, el tratar de comprender que la clarividencia, como otras tantas cosas de la naturaleza, es principalmente cuestión de vibra­ciones; y que después de todo, no es más que una extensión mayor de los poderes que todos estamos usando en nuestra vida diaria. Vivimos rodeados de un vasto océano de aire y éter mez­clados, este último compenetrando al primero como lo hace con toda la materia física; y principalmente por medio de las vibraciones en este vasto mar de materia es cómo llegan a nosotros desde afuera las impresiones. Esto lo sabemos todos; pero es posible que a muchos de nosotros no se nos haya ocurrido que el número de estas vibraciones, a las cuales podemos responder, es en realidad casi infinitesimal.
Entre las extremadamente rápidas vibraciones que afectan el éter, hay cierta pequeña sección-pero muy pequeña- a la que puede res­ponder la retina del ojo humano; y. estas vibraciones particulares producen en nosotros la sensación que llamamos luz, esto es, pode­mos ver únicamente aquellos objetos de los cua­les emana o es reflejada una luz de esta clase particular.

Exactamente del mismo modo el tímpano del oído humano es capaz de responder a una limitadísima esfera de vibraciones relativamente lentas -lo bastante lentas para afectar el aire que nos rodea-, por lo que los únicos soni­dos que podemos oír, son los producidos por objetos que pueden vibrar de algún modo den­tro de esa esfera especial.

En ambos casos, es cosa bien sabida de la ciencia que hay un gran número de vibracio­nes, así por encima como por debajo de estas dos secciones, y que, por tanto, hay mucha luz que no podemos ver, y muchos sonidos que nuestros oídos no perciben. En el caso de la luz, la acción de estas vibraciones más altas y más bajas que las perceptibles es fácil de distinguir en los efectos producidos por los rayos actíni­cos en un extremo del espectro y los rayos calóricos en el otro.

Es un hecho positivo que existen vibraciones de todos los grados de rapidez que sea posible imaginar, que llenan todo el vasto espacio que media entre las ondas lentas y las rápidas; ni es esto todo: pues indudablemente hay vibracio­nes más lentas que las del sonido, y toda una infinidad de ellas que son más rápidas que las que conocemos como luz. Así hemos princi­piado a comprender que los grados de vibración por medio de los cuales vemos y oímos, son tan sólo como dos diminutos grupos de unas pocas cuerdas escogidas de un arpa colosal, de exten­sión prácticamente infinita, y cuando pensamos en lo mucho que hemos podido aprender e infe­rir con el uso de estos dos diminutos fragmen­tos, entrevemos vagamente qué posibilidades pueden existir ante nosotros si pudiéramos uti­lizar el vasto y maravilloso todo.

Otro hecho que hay que considerar en este punto, es que seres humanos diferentes varían de una manera considerable, aunque dentro de límites relativamente reducidos, en su poder de responder aun a las escasísimas vibraciones que se hallan al alcance de nuestros sentidos físicos. No me refiero con esto a la agudeza de la vista o el oído, que permite a un hombre dis­tinguir un objeto o percibir un sonido que otro no ve ni oye; no se trata en modo alguno de fuerza de visión, sino de extensión de suscep­tibilidad.

Por ejemplo, tómese un buen prisma de bisul­fito de carbono, y por su medio fíjese un espec­tro claro en una hoja de papel blanco; y luego que un número de personas marque en el papel los límites extremos del espectro que cada una perciba, y con seguridad se verá que su poder de visión difiere de un modo apreciable. Algu­nos verán que el violeta se extiende mucho más allá que lo que la mayoría percibe; otros qui­zá verán bastante menos que la mayor parte, al paso que ganan una extensión correspondien­te de visión en el extremo rojo. Unos pocos habrá, quizá, que puedan ver más allá de lo ordi­nario en ambos extremos, y éstos serán, casi seguramente, los que llamamos sensitivos, sensibles, en una palabra, a una escala más vasta de vibraciones que la mayor parte de la gente de hoy día.

Respecto del oído puede comprobarse la mis­ma diferencia, escogiendo un sonido que no sea todo lo bastante alto para ser perceptible -por decido así, en el límite preciso de la percepti­bilidad-, y descubrir cuántos, entre un deter­minado número de personas, pueden oído. El plañido de un murciélago es un ejemplo fami­liar de un sonido semejante, y la experiencia demostrará que en una noche de verano, cuan­do todo el aire está lleno de sus gritos sutiles, mucha gente no se da cuenta de ello y no pue­den oír absolutamente nada.

Ahora bien, estos ejemplos demuestran segu­ramente que no se puede fijar un límite al poder del hombre para responder a las vibraciones eté­ricas y aéreas, sino que hay algunos que tie­nen esta facultad mucho más desarrollada que otros; y hasta pudiera observarse que este poder en el mismo hombre varía en diferentes oca­siones. No hay, pues, dificultad en suponer la posibilidad de que un hombre desarrolle esta facultad y aprenda con el tiempo a ver y oír mucho que es invisible e inaudible para los demás; pues sabemos muy bien que existen efec­tivamente un número enorme de estas vibra­ciones adicionales, que, por decido así, están aguardando a ser reconocidas.

Los experimentos con rayos X (o Roentgen) nos presentan un ejemplo de los sorprendentes resultados que se producen cuando unas pocas de estas vibraciones adicionales son traídas dentro de la esfera del conocimiento humano; y la transparencia, por medio de estos rayos, de muchas sustancias consideradas hasta entonces como opacas, nos muestra desde luego, por lo menos, un modo de poder explicar la clarivi­dencia elemental, que implica la lectura de una carta dentro de una caja cerrada, o el describir las personas que se hallan en una habitación pró­xima. El aprender a ver por medio de los rayos Roentgen, además de los que se emplean gene­ralmente, sería lo bastante para que cualquiera pudiese ejecutar una proeza de magia de este orden.

Hasta aquí sólo hemos tratado de un desa­rrollo de los sentidos puramente físicos del hom­bre; y cuando recordamos que el cuerpo etéri­co del hombre, sólo es en realidad la parte más fina de la forma física, y que, por tanto, todos los órganos de los sentidos contienen una gran cantidad de materia etérica de varios grados de densidad, cuyas facultades están todavía prác­ticamente latentes en la mayor parte de noso­tros, veremos que aún limitándonos sólo a esta clase de desarrollo, hay grandes posibilidades de todas clases, que empiezan ya a mostrarse ante nosotros.

Pero además, y más allá de todo esto, sabe­mos que el hombre posee un cuerpo astral y un cuerpo mental, cada uno de los cuales pueda ser puesto en actividad con el tiempo, y que responderán a su vez a las vibraciones de la mate­ria de su respectivo plano, abriendo así, ante el Ego, a medida que aprende a funcionar por su medio, dos mundos completamente nuevos, mucho más vastos en conocimiento y en poder. Ahora bien, estos mundos nuevos, aunque nos rodean y se compenetran libremente, no hay que suponerlos distintos y sin conexión alguna en su sustancia, sino más bien fundidos uno en otro, formando lo astral inferior una serie directa con lo más elevado de lo físico, así como lo inferior mental forma a su vez una serie directa con lo superior astral. No se nos pide que nos imagi­nemos alguna nueva y rara clase de materia, sino simplemente considerar la clase física ordina­ria como subdividida mucho más sutilmente, y vibrando con tanta mayor rapidez que nos con­duce a lo que prácticamente son estados y cualidades por completo nuevos.

De este modo, pues, no nos es difícil com­prender la posibilidad de un desarrollo cons­tante y progresivo de nuestros sentidos; de mane­ra que lo mismo con la vista que con el oído podamos apreciar vibraciones mucho más altas y más bajas que las reconocidas ordinariamen­te. Una gran parte de estas vibraciones perte­necen aún al plano físico, y solamente nos per­mitirán obtener impresiones de la parte etérica de este plano, que en la actualidad es un libro cerrado para nosotros. Tales impresiones pue­den todavía recibirse con la retina del ojo; por supuesto que afectarán más bien la materia eté­rica que la sólida; pero sin embargo podemos considerarlas como afectando tan sólo a un órga­no apropiado para recibirlas, y no a toda la superficie del cuerpo etérico.

Hay, sin embargo, algunos casos anormales, en los cuales otras partes del cuerpo etérico responden a estas vibraciones adicionales, tan pron­tamente y hasta con mayor prontitud que los ojos. Semejantes excepciones se explican de varios modos, pero principalmente como efec­tos de algún desarrollo parcial astral; pues se verá que las partes sensitivas del cuerpo corres­ponden casi invariablemente a uno u otro de los chakras o centros de vitalidad en el cuerpo astral. y aun cuando, si la conciencia astral no está desarrollada, estos centros que para nada sirven en su plano propio, son, sin embargo, lo bas­tante poderosos para estimular a una actividad más sutil la materia etérica que compenetran.

Cuando se trata de los sentidos astrales mis­mos, los métodos de funcionamiento son muy distintos. El cuerpo astral no tiene órganos de sensación especiales, sino que si en alguna par­te de él choca una vibración dentro de los limi­tes de su fuerza de cognición, responde a tal vibración, y el resultado será el ver o el oír, según sea el caso. De manera que una perso­na, al usar la visión astral, no tiene necesidad de volverse y de mirar un objeto, sino que lo puede ver igualmente por detrás o de costado; al paso que si usa la vista etérica está en la mis­ma situación, en lo que a este punto se refiere, que un hombre que viese físicamente del modo ordinario.

Por otra parte, la visión del plano devachá­nico o mental es totalmente diferente, pues en este caso ya no se puede hablar de sentidos sepa­rados, tales como la vista y el oído, sino más bien de un sentido general que responde. tan perfectamente a las vibraciones que a él llegan, que cuando cualquier objeto se pone al alcance de su conocimiento, lo comprende en el acto por completo; pues, por decido así, lo ve, lo oye, lo siente y sabe cuanto hay que saber respecto de él por una sola e instantánea operación. Sin embargo, hasta esta maravillosa facultad difie­re tan sólo en grado y no en especie de las que actualmente disponemos, pues en el plano men­tal, lo mismo que en el físico, las impresiones se perciben por medio de vibraciones que, par­tiendo del objeto, se dirigen al vidente.

En el plano búdico nos encontramos por pri­mera vez con una nueva facultad que no tiene nada de común con aquellas de que nos hemos ocupado, pues allí el hombre conoce los obje­tos de un modo completamente distinto, en el cual no toman parte las vibraciones externas. El objeto se convierte en una parte de sí mismo, y lo estudia desde dentro en lugar de desde fue­ra. Pero con este poder no está relacionada la clarividencia ordinaria.

El desarrollo, ya sea completo o parcial,. de cualquiera de estas facultades, se halla bajo nues­tra definición de la clarividencia -el poder de ver lo que está oculto a la vista física ordina­ria-. Pero esta facultad puede desenvolverse de varios modos, y convendría decir algunas palabras acerca de ellos.
Presumimos que si fuera posible que un hom­bre viviese aislado, durante su evolución, de todo lo que no fuera las influencias externas más apa­cibles, y que se desenvolviese desde un principio de un modo perfectamente regular y normal, desarrollaría también sus sentidos con regularidad. Sus ojos físicos extenderían gra­dualmente su campo de acción hasta llegar a res­ponder a todas las vibraciones físicas, tanto de la materia densa como de la etérica; después, en serie ordenada, vendría la sensibilidad de la par­te más grosera del plano astral, a la que pronto sucedería la más fina, hasta que a su debido tiem­po la facultad devachánica se presentaría a su vez.

En la vida real, sin embargo, apenas se cono­ce semejante desarrollo regular, y muchos hom­bres tienen a veces vislumbres de la conciencia astral, sin haber poseído jamás la visión etéri­ca. y esta irregularidad en el desarrollo es una de las causas principales de la extraordinaria propensión al error en asuntos de clarividencia; propensión que no hay medio de evadir sino por un largo curso de cuidadosos ejercicios bajo la dirección de un maestro experto.

Los estudiantes de la literatura teosófica saben muy bien que existen tales maestros; que aun en este materialista siglo es todavía verdad el antiguo dicho de que «cuando el discípulo está pronto, el Maestro lo está también», y que «en el templo del saber, cuando sea capaz de entrar en él, el discípulo encontrará siempre a su Maes­tro». También saben que sólo con un guía así puede un hombre desarrollar sus poderes laten­tes sin peligro y con seguridad, pues saben cuán fatalmente fácil es que el clarividente inexper­to se engañe respecto del sentido y valor de lo que ve, o que desnaturalice por completo su visión al transportarla a la conciencia física.

No se sigue de esto que el discípulo que reci­be una instrucción regular en el uso de los pode­res ocultos, vea éstos desenvolverse exactamente del modo ordenado que antes hemos indicado como ideal probable. Su progreso anterior puede que no haya sido de naturaleza tal que sea esta senda la más fácil o deseable para él; pero en todo caso se halla entre las manos de alguien perfectamente competente para guiarle en su desenvolvimiento espiritual, y se apoya en la firme seguridad de que el camino por donde le llevan debe ser el que más le conviene.

Otra gran ventaja que adquiere, es que domi­nará definidamente cualquiera facultad que obtenga, la cual podrá usar por completo y cons­tantemente siempre que la necesite para su obra teosófica; al paso que si se trata de un hombre inexperto, semejantes poderes sólo se mani­fiestan de un modo muy parcial y espasmódico; y van y vienen aparentemente según quieren.

Puede objetarse, con razón, que si la clari­videncia es, como se ha dicho, parte del desa­rrollo oculto de un hombre, y por tanto una señal de cierto progreso en esta senda, parece extra­ño que sea a menudo propiedad de gentes pri­mitivas o de personas ignorantes e incultas entre nosotros, que evidentemente son muy poco desa­rrolladas desde cualquier punto de vista que se las considere. No hay duda que esto es sor­prendente a primera vista; pero el hecho es que la sensibilidad del hombre primitivo, vulgar ignorante, no es, en realidad, lo mismo que la facultad del individuo debidamente educado, ni tampoco la ha adquirido del mismo modo.

Una explicación exacta y detallada de esta diferencia nos conduciría el tecnicismos más bien recónditos, pero quizá pueda obtenerse una idea general de la distinción entre ambos, con un ejemplo tomado del plano más ínfimo de la cla­rividencia en. muy próximo contacto con el físi­co denso. El doble etérico del hombre está en estrechísima relación con su sistema nervioso; y cualquier clase de acción en uno de ellos, reac­ciona inmediatamente en el otro. Ahora bien: en la aparición esporádica de la vida etérica en el hombre primitivo, ya sea del África Central o de la Europa Occidental, se ha observado que la alteración nerviosa correspondiente se halla casi por completo en el sistema simpático, y que todo el asunto está fuera del dominio del indi­viduo; es, en una palabra, una especie de sen­sación maciza que pertenece vagamente a todo el cuerpo etérico, más bien que una percepción definida y exacta de los sentidos comunicada por un órgano especial.

Como en las razas ulteriores y en un desa­rrollo más elevado, las energías del hombre toman una parte cada vez mayor en la evolución de las facultades mentales, esta sensibilidad vaga desaparece generalmente; pero más tarde aún, cuando el hombre espiritual principia a desenvolverse, vuelve a obtener su poder de clarivi­dencia. Esta vez, sin embargo, la facultad es pre­cisa y exacta, bajo el dominio de la voluntad del hombre, y ejercida por medio de un órgano defi­nido; siendo de notar que cualquiera acción ner­viosa en simpatía con él, se encuentra ahora casi exclusivamente en el sistema cerebroespinal.

Algunas veces suele suceder que le sobre­vienen al hombre de elevada cultura y de men­te espiritual, ráfagas de clarividencia, aun cuan­do no haya oído jamás cosa alguna acerca de la posibilidad de ejercitar semejante facultad. En este caso, tales ráfagas significan generalmen­te que se está aproximando a ese estado de su evolución en que estos poderes empiezan a manifestarse naturalmente, y su aparición debe servir como un estimulo más para esforzarse en sostenerse en la senda elevada de la pureza moral y equilibrio mental, sin los cuales la clarividencia es más bien una maldición que no una dicha para su poseedor. .

Entre los que son completamente insensibles y los que se hallan en posesión del poder clarividente, hay muchos grados intermedios. Entre ellos merece alguna atención ese grado en que el individuo, aunque carece do la facultad de la clarividencia en la vida ordinaria, la exhibe, sin embargo, más o menos completa, bajo la influen­cia del magnetismo. Este es un caso en el cual la naturaleza psíquica es ya sensible, pero en el que la conciencia no es todavía capaz de fun­cionar en ella en medio de las múltiples dis­tracciones de la vida física. Necesita ponerse en libertad por la impresión temporal de los senti­dos externos en el sueño magnético, antes de que pueda usar las facultades más divinas que precisamente principien a alborear en ella. Por supuesto, aun en el sueño magnético hay innu­merables grados de lucidez, desde el sujeto ordi­nario sin inteligencia alguna, hasta el hombre cuyo poder de visión se halla por completo bajo el dominio del operador, quien puede dirigido adonde quiere, o hasta el grado todavía más avanzado en el cual, cuando la conciencia está libre, se escapa por completo del poder del mag­netizador y se eleva a campos de visión exal­tada en donde se halla completamente fuera de su alcance.

Otro paso en la misma senda es aquel en que no es necesaria una supresión tan perfecta de lo físico, como la que tiene lugar en el sueño hip­nótico, sino que la facultad de la vista supra­normal, aunque no se manifiesta durante el esta­do de vigilia, se hace posible cuando el cuerpo se encuentra entregado al sueño ordinario. En este estado de desarrollo estaban muchos de los profetas y videntes de quienes leemos que fue­ron «avisados por Dios en un sueño», o que se comunicaban con seres mucho más elevados que ellos en las silenciosas vigilias de la noche.

La gente más culta de las razas evoluciona­das, posee hasta cierto punto este desarrollo, esto es, los sentidos del cuerpo astral se hallan en completa actividad y son perfectamente capa­ces de recibir impresiones de objetos y entida­des de su propia plano. Mas para que este hecho les sea de algún modo útil aquí abajo en el cuer­po físico, son necesarios, generalmente, dos cambios: primero, que el ego sea despertado a las realidades de aquel plano e inducido a salir de la crisálida formada por sus propios pensa­mientos del estado de vigilia, y mire a su alre­dedor para observar y aprender; y segundo, que la conciencia se conserve de tal modo a la vuel­ta del ego al cuerpo físico, que pueda impri­mir en su cerebro físico el recuerdo de lo que ha visto o aprendido.

Si ha tenido lugar el primero de estos cam­bios, entonces el segundo tiene poca importan­cia, toda vez que el ego, el hombre verdadero, podrá aprovecharse de lo que aprenda en aquel plano, aun cuando no tenga la satisfacción de aportar a la vida física ningún recuerdo de ello.

Los estudiantes preguntan a menudo cómo empezará a manifestarse en ellos por primera vez esta facultad de la clarividencia; cómo pue­den conocer cuándo han alcanzado el estado en el cual principien a ser visibles las primeras vagas manifestaciones. Los casos difieren de tal modo, que es imposible dar a esta pregunta una respuesta que sea universalmente aplicable.

Algunos principian, por decido así, por una zambullida, y bajo un estímulo anormal pueden en aquel preciso momento ver alguna visión sor­prendente; y muy a menudo, en este caso, dado que la experiencia no se repite, el vidente lle­ga con el tiempo a creer que ha debido ser víc­tima de una alucinación. Otros principian por tornarse conscientes, pero con intermitencias, de los brillantes colores y vibraciones del aura humana; otros se aperciben de que con fre­cuencia cada vez mayor ven y oyen algo para lo que están ciegos y sordos los demás; otros, también, ven caras, paisajes o nubes de colores flotando en la oscuridad antes de dormirse, al paso qué quizá la experiencia más común de todas, es aquella de los que principien a recor­dar con más y más claridad lo que han visto y oído en otros planos durante el sueño.

Habiendo, hasta cierto punto, despejado las nebulosidades del asunto, podemos pasar a considerar los diversos fenómenos de la clarivi­dencia bajo las tres denominaciones que hemos mencionado.

CLARIVIDENCIA SIMPLE

Hemos definido ésta como un mero principio de visión etérica o astral, que permite a su poseedor ver lo que haya a su alrededor en estos planos, pero que generalmente no está acompañada del poder de ver a gran distancia, ni de leer el pasa­do ni el porvenir. No es posible excluir por completo estas últimas facultades; porque la visión astral tiene necesariamente una extensión mucho mayor que la física, y porque de vez en cuando se presentan cuadros del pasado y el porvenir, hasta a los clarividentes que no saben cómo buscarlos especialmente; pero sin embargo, existe una verdadera diferencia entre tales vislumbres accidentales y el poder definido de proyección.

Entre las personas sensitivas, vemos gentes de todos grados en esta clase de clarividencia; desde el hombre que recibe una impresión vaga que apenas merece el nombre de vista, hasta el que posee por completo la visión etérica o astral respectivamente. Quizás el método más sencillo para nosotros sea principiar por des­cribir lo que es visible en el caso de este mayor desarrollo de la facultad, toda vez que los casos de su posesión parcial caerían naturalmente en su respectivo lugar.

Principiemos por la visión etérica. Ésta con­siste simplemente, como ya se ha dicho, en ser susceptible a una serie de vibraciones físicas mucho mayor que la ordinaria, pero, sin embar­go, su posesión presenta a la vista mucho, para lo cual la mayor parte de la humanidad está cie­ga todavía. Consideremos los cambios que su adquisición produce en el aspecto de los objetos familiares animados e inanimados, y veamos lue­go qué factores completamente nuevos nos presenta. Pero hay que tener presente que lo que voy a describir pertenece tan sólo a la posesión com­pleta y el dominio perfecto de la facultad, y que la mayor parte de los casos que se encuentran en la vida real no se aproximan, ni con mucho, a tal resultado en ninguno de sus aspectos.

El cambio más sorprendente que se verifica en la apariencia de los objetos inanimados por la adquisición de esta facultad, es que la mayor parte de ellos se hacen casi transparentes, debi­do a la diferencia en, la rapidez de las hondas en algunas de las vibraciones a que el hombre se ha hecho ahora susceptible. Se encuentra capaz de ejecutar con la mayor facilidad la proeza proverbial de «ver al través de una pared de ladri­llo»; pues para su nueva visión, la pared no parece tener mayor consistencia que la de una ligera niebla. Por tanto, puede ver lo que pasa en la habitación vecina, casi como si no existiese tal pared intermedia puede describir con exactitud el contenido de una caja cerrada, o leer una car­ta sellada, y con un poco de práctica, encontrar un pasaje dado en un libro cerrado. Este último hecho, si bien es sumamente fácil para la visión astral, presenta mucha dificultad para la vista etérica, a causa de la circunstancia de que hay que mirar cada página al través de todas las que tenga sobrepuestas.

A menudo se hace la pregunta de si en estas circunstancias el clarividente ve siempre con su vista anormal, o tan sólo cuando quiere. La contestación es, que si la facultad está perfectamente desarrollada, estará por completo bajo su dominio; de suerte que puede usar ésta o la visión ordinaria a voluntad. Pasa de una a otra con la misma prontitud y facilidad que noso­tros cambiamos el foco de los ojos cuando des­viamos la mirada de nuestro libro para seguir los movimientos de algún objeto a una milla de distancia. Es, como si dijéramos, enfocar la con­ciencia en uno u otro aspecto de lo que se ve; y aun cuando el individuo tenga claramente a la vista el aspecto en que por el momento haya fijado su atención, continuará también estando vagamente consciente del otro aspecto, lo mis­mo que cuando enfocamos nuestra vista en un objeto que tenemos en la mano, vemos, sin embargo, de un modo vago la pared opuesta de la habitación.

Otro cambio curioso que ocurre cuando se posee esta vista, es que el suelo sólido, sobre el que camina el individuo, se le hace hasta cier­to punto transparente; de suerte que puede ver dentro del mismo hasta una profundidad consi­derable, de un modo semejante a como se ve en un estanque de agua muy clara. Esto le permi­te observar cualquier animal que esté trabajan­do bajo tierra, distinguir un filón de carbón o de metal que no esté a gran profundidad, y así sucesivamente.

El límite de la vista etérica, cuando se mira a través de la materia sólida, parece que es análogo al que se alcanza cuando miramos a través del agua o de la niebla. No podemos pasar de cierta distancia, porque el medio a través del cual miramos no es por completo transparente.

También cambia considerablemente la apa­riencia de los objetos animados, para el hombre que ha aumentado hasta este punto su poder de visión. Los cuerpos de los hombres y de los ani­males son para él transparentes, de suerte que puede observar la acción de los diversos órga­nos internos, y hasta cierto punto diagnosticar algunas de sus enfermedades. Esta extensión de vista le permite también percibir, con más o menos claridad, varias clases de seres elemen­tales, y otros cuyos cuerpos no son capaces de reflejar ninguno de los rayos dentro del límite del espectro que ordinariamente se ve.

Entre las entidades que de este modo se per­ciben, hay algunas de las clases inferiores de espíritus de la naturaleza, o aquellos cuyos cuer­pos están constituidos por la materia etérica más densa. A esta categoría pertenecen casi todas las hadas, gnomos y duendes, acerca de los cuales hay aún tantas historias en las montañas esco­cesas e irlandesas, y en los lugares remotos en todo el mundo. El vasto reino de espíritus de la naturaleza es, en su mayor parte, un reino astral; pero no obstante, hay una sección grande del mismo que pertenece a la parte etérica del pla­no físico, y esta sección, por supuesto, es mucho más probable que se ponga dentro de la esfera de acción de algunos individuos que las otras.

Ciertamente, cuando leemos los cuentos comunes de hadas, tropezamos con frecuencia con indicaciones de que se trata de esta espe­cie de seres. Cualquier estudiante de esta cla­se de tradiciones, deberá recordar cuán a menu­do se menciona un ungüento o droga misteriosa, que al ser aplicada a los ojos del hombre, le per­mite ver los individuos del reino de las hadas cuando los encuentra. Este ungüento y su resul­tado se mencionan con tanta frecuencia, y pro­vienen de partes tan distintas del mundo, que sin duda debe haber alguna verdad en ello, como la hay siempre en toda tradición popular universal. Ahora bien: ninguna clase de untura en los ojos puede, en modo alguno, abrir la visión astral de un individuo, por más que cier­tos ungüentos, dados en todo el cuerpo, ayudan muchísimo al cuerpo astral para poder aban­donar el físico en plena conciencia; pero su apli­cación alojo físico puede fácilmente estimular su sensibilidad de tal modo, que lo haga sus­ceptible a algunas de las vibraciones etéricas.

Esta clase de historias refieren con frecuencia cómo, algunas veces que el ser humano, con este ungüento místico, ha podido ver una hada con su mayor poder de visión, ésta le ha golpeado o pin­chado los ojos, con lo cual no sólo le ha priva­do de la vista etérica, sino también de la física más densa. (Véase The Science of Fairy Tales, por E. S. Hartland.) Si la vista adquirida hubie­se sido astral, semejante procedimiento hubiera sido inútil, porque ningún daño en el aparato físi­co puede afectar una facultad astral; pero siendo etérica la vista que la untura produjera, la des­trucción del ojo físico ocasionaría en el acto la de aquélla en la mayor parte de los casos, pues­to que es el mecanismo por cuyo conducto obra.

Otro hecho que también observaría pronto, sería su mayor extensión de vista en la percep­ción de los colores, pues vería colores com­pletamente nuevos que no se parecerían en lo más mínimo a los del espectro que hoy cono­cemos, y por tanto, serían por completo indescriptibles en nuestro lenguaje actual. Y no sólo vería objetos nuevos con tales nuevos colores, sino que también se apercibiría de que el color de muchos objetos que le eran familiares se había modificado, según tuviesen o no algún matiz de estos nuevos colores mezclados con los antiguos. De suerte que dos tonos de color que para el ojo ordinario aparecerían armoni­zarse perfectamente, presentarían muchas veces matices diferentes para la vista más penetrante.

Hemos bosquejado ya algunos de los princi­pales cambios que tendrían lugar en el mundo de un hombre al obtener la vista etérica; y debe tenerse siempre presente que, en la mayor par­te de los casos, esto acarrearía a la vez un cambio correspondiente en sus demás sentidos, de suerte que podría oír y quizá hasta sentir más que la generalidad. Ahora bien, suponiendo que además de esto obtuviese la vista del plano astral, ¿qué otros cambios se observarían?
Estos cambios serían muchos y grandes; en una palabra, todo un mundo nuevo se abriría ante sus ojos. Consideremos brevemente sus maravillas en el mismo orden que antes, y vea­mos primeramente que diferencia habría en la apariencia de los objetos inanimados.
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 En este punto principiaré por citar una hábil contesta­ción que se dio en The Viihan:
«Hay una marcada diferencia entre la vista etérica y la astral, siendo esta última la que parece corresponder a la cuarta dimensión.
La manera más fácil de comprender esta diferencia, es presentar un ejemplo. Si se mira un hombre con las dos vistas, empleando una después de otra, veréis en ambos casos los botones de atrás de su traje; sólo que con la vista etérica se verían a través de él, perci­biéndose como más próximo a uno el frente anterior; pero si se mira astralmente, se verá, no sólo de este modo, sino también como si uno se hallara detrás del hombre a la vez que delante.»

O bien si se mira etéricamente un cubo de made­ra con escritos en todos sus lados, sería lo mis­mo que si el cubo fuera de cristal; de modo que se vería a través de él y se distinguirían las letras en el lado opuesto, todas por detrás, al paso que las de la derecha e izquierda no serían claras, a menos de cambiar de sitio, porque se verían de perfil. Pero mirando astralmente se verían todos los lados a la vez, y todo derecho, como si el cubo hubiese sido aplanado ante uno, viéndose también cada partícula del interior, pero no a tra­vés de las demás, sino como si estuviesen en el mismo plano se las miraría desde una nueva dirección en ángulo recto, con todas las direcciones que conocemos.

Si se mira etéricamente un reloj por detrás, se verán al través todas las ruedas, y las caras respectivas de éstas al través de las mismas, pero por detrás; pero mirando astralmente, se verán las caras de forma directa y todas las ruedas separadamente, pero nada en los extremos de nada.

Aquí tenemos desde luego la Clave, el factor principal del cambio; el hombre mira todas las cosas desde un punto de vista absolutamente nue­vo, completamente fuera de todo lo que hasta entonces hubiera imaginado. No tendrá la más ligera dificultad de leer cualquier página de un libro cerrado, porque no la ve al través de las otras páginas sobrepuestas, sino que la mira directamente como si fuera la única página que hubie­se que ver. La profundidad a que se hallase una vena de metal o de carbón, no constituiría una barrera a su vista, porque entonces no miraría a través de la profundidad intermedia de la tierra. El espesor de un muro o el número de muros que hubiesen entre el observador y el objeto, cons­tituiría una notable diferencia para la claridad de la vista etérica, pero tal diferencia no existiría para la vista astral, porque en el plano astral los muros no intervendrían entre el observador y el objeto. Naturalmente, esto suena paradójico e imposible, y es por completo inexplicable para la mente que no está especialmente educada para comprender la idea; sin embargo, no es por esto menos absolutamente cierto.

Esto nos lleva derechamente en medio de la enfadosa cuestión de la cuarta dimensión, asun­to del mayor interés, aunque no pretendemos dis­cutirlo en el espacio de que disponemos. Los que deseen estudiar lo como merece, se les recomienda principiar con Scientific Romances, de C. H. Hin­ton, o Another World, del doctor A. T. Schofield, y seguir luego con la obra más extensa del primero, A New Era of Thought. Hinton no sólo pre­tende poder él mismo asir mentalmente algunas de las formas más sencillas de cuatro dimensiones, sino que también declara que cualquiera que se tome el trabajo de seguir sus instrucciones, puede también, con perseverancia, adquirir igualmente esta comprensión mental. No estoy segu­ro de que esta posibilidad se halle al alcance de todos, según él cree, porque me parece que se requiere considerable habilidad matemática; pero sí puedo, en todo caso, afirmar que me consta que el «tesseract» o cubo de cuatro dimensiones que describe, es una realidad por ser una figura muy familiar en el plano astral.

Sé que Madame Blavatsky, aludiendo a la teo­ría de la cuarta dimensión, ha expresado el pare­cer de que sólo era una manera tosca de expre­sar la idea de la completa permeabilidad de la materia, y que W. T. Stead ha seguido el mismo método, presentando a sus lectores el concepto bajo el nombre de through [a través]. Sin embar­go, una investigación cuidadosa, detallada y muy repetida, parece demostrar de modo concluyente, que esta explicación no abarca todos los hechos. Es una descripción perfecta de la visión etéri­ca; pero la otra idea por completo diferente de la cuarta dimensión, según expone Hinton, es la única que presenta alguna explicación aquí abajo de los hechos constantemente observados de la visión astral. Por esta razón me aventuro a indicar deferentemente, que cuando Madame Blavatsky escribió lo que antecede se refería a la visión etérica y no a la astral, y que la gran propiedad de la frase aplicada a esta otra y supe­rior facultad, en la cual no pensaba en aquel momento, no se le ocurrió.

La posesión, pues, de este poder extraordinario y apenas expresable, debe siempre tener­se presente en todo lo que sigue. Expone cada punto del interior de todo cuerpo sólido absolutamente manifiesto a la mirada del vidente, del mismo modo que cada punto del interior de un círculo se halla manifiesto a la vista de la per­sona que lo mire.

Pero aún esto no es, en modo alguno todo lo que esta facultad concede a su poseedor, pues no sólo ve el interior lo mismo que el exterior de los objetos, sino también sus dobles astrales. Cada átomo y molécula del plano físico tiene su correspondiente átomo y molécula astral, y la masa que constituyen es claramente visible al clarividente. Generalmente, el astral de cual­quier objeto se proyecta un poco fuera de la par­te física, y así los metales, las piedras y demás están rodeados por un aura astral.

Se verá desde luego por esto, que aun para el estudio de la materia inorgánica, la adqui­sición de esta visión concede ventajas inmen­sas. No solamente se ve la parte astral del obje­to que se mira, la cual se hallaba antes abso­lutamente oculta; no sólo se percibe muchísi­mo más que antes, acerca de su constitución física, sino que hasta lo que antes era visible, se ve entonces mucho más clara y fielmente. Un momento de consideración demostrará que esta nueva visión se aproxima mucho más a la verdadera percepción que la vista física. Por ejemplo, si se mira astralmente un cubo de cris­tal, sus lados se verán iguales, como sabemos que realmente son, al paso que en lo físico se ve el lado más lejano en perspectiva, esto es, parece más pequeño que el lado más próximo, lo cual es, por supuesto, una mera ilusión debi­da a las limitaciones físicas.

Cuando consideramos las demás facilidades que ofrece en la observación de los objetos animados, vemos aún más claramente las ventajas de la visión astral. Ella exhibe al clarividente el aura de las plantas y los animales, y por tanto, en lo que se refiere a estos últimos Sus deseos y emociones, y cualquier pensamiento que ten­gan, se presenta claro a sus ojos.

Pero tratándose de seres humanos es cuando podrá apreciar mejor el valor de esta facultad, pues muchas veces podrá ayudarlos mucho más eficazmente, guiándose por lo que por su medio aprende.

Podrá ver su aura hasta el cuerpo astral, y aun­que las partes superiores de la misma sigan ocul­tas para él, sin embargo, le será posible, por medio de atenta observación, llegar a conocer mucho acerca de la parte superior por el estu­dio de la que está a su alcance. Su facultad de poder examinar el doble etérico le concede ven­tajas considerables para poder localizar y cla­sificar cualquier defecto o enfermedad del sis­tema nervioso, al paso que por la apariencia del cuerpo astral conocerá en seguida todas las emo­ciones, pasiones, deseos y tendencias del hom­bre que tenga delante y aun de muchos que ten­ga en pensamiento.

Al mirar una persona, la verá rodeada por la niebla luminosa del aura astral, brillando con toda suerte de colores, y cambiando constante­mente de matices y de brillo a cada variación de los pensamientos y sentimientos de la per­sona. Verá esta aura inundada del hermoso color rosado de los afectos puros, el rico azul del sen­timiento de devoción, el pardo oscuro del ego­ísmo, el escarlata profundo de la cólera, el horri­ble rojo cárdeno de la sensualidad, el gris lívido del temor, las nubes negras del odio y la mal­dad, o cualquiera de las innumerables indica­ciones tan fáciles de leer en ella por el ojo prác­tico; y así le sería imposible a cualquier persona el ocultarle el verdadero estado de sus senti­mientos sobre cualquier asunto.

Estas diversas indicaciones del aura constitu­yen en sí un estado del más profundo interés, pero no dispongo aquí del espacio suficiente para ocuparme de ellas. En mi estudio El aura, se puede ver un relato algo más completo, y tam­bién hay otra obra más extensa sobre el asunto[2].

No solamente demuestra el aura astral el resultado temporal de las emociones que pasan por ella en aquel momento, sino que también presenta, por la coordinación y proporción de sus colores, cuando se halla en estado de repo­so relativo, la clave de la disposición general y carácter del individuo; pues el cuerpo astral es la expresión de cuanto el hombre manifiesta en ese plano, de modo que por lo que se ve en él, puede inferirse mucho más, perteneciente a pla­nos superiores, con bastante certeza.

En este juicio del carácter, el clarividente es muy ayudado por todos los pensamientos de la persona que se manifiestan en el plano astral, y que, por consiguiente, caen bajo su percepción. La verdadera morada del pensamiento es el pla­no mental devachánico, y todo pensamiento se manifiesta, en primer término, allí como una vibración del cuerpo mental. Pero si de algún modo es un pensamiento egoísta o esta relacio­nado de alguna manera con emociones o deseos, desciende inmediatamente al plano astral y se reviste de una forma visible de materia astral.

En la mayor parte de los hombres casi todos los pensamientos pertenecen a una de estas cla­ses, de suerte que prácticamente toda su perso­nalidad se presentará con claridad a la vista del vidente astral, puesto que sus cuerpos astrales y las formas de pensamientos que de los mismos radian constantemente, serían para él como un libro abierto, en el que estarían escritas sus cua­lidades características con tanto relieve, que has­ta corriendo podrían leerse. Cualquiera que desee tener una idea del cómo se presentan las formas de pensamiento a la visión del clarividente, pue­de, hasta cierto punto, satisfacerse examinando las ilustraciones que acompañan a Formas de pensamiento, la obra que sobre el asunto publi­có Annie Besant con mi colaboración.

Hemos visto algo de la alteración en la apa­riencia de los objetos, tanto animados como inanimados, cuando se les contempla con la visión astral completa, en lo que a este plano se refiere; consideremos ahora qué objetos absolutamente nuevos se ven. El clarividente estará consciente de un lleno mucho mayor en la naturaleza en todas direcciones, pero lo que principalmente lla­mará su atención son los habitantes de este nuevo mundo. No podemos intentar, en el espacio de que disponemos, un relato detallado de ellos; para esto puede el lector dirigirse las obras El plano astral o El Devachán. Aquí no podemos hacer más que enumerar sólo unas pocas clases de las vastas huestes de los habitantes astrales.

Le impresionarán las formas próteas de la incesante marea de esencia elemental, siem­pre girando a su alrededor, a menudo amena­zadoras, pero, sin embargo, retirándose siem­pre ante un esfuerzo determinado de la voluntad; se quedará maravillado ante el enorme ejérci­to de entidades, traídas temporalmente a la exis­tencia por los pensamientos y deseos, ya bue­nos o malos, de los hombres. Observará las múltiples tribus de espíritus de la naturaleza, ya trabajando, ya jugando; algunas veces podrá estudiar con placer siempre creciente la mag­nífica evolución de algunos de los órdenes infe­riores del glorioso reino de los Devas, que corresponden aproximadamente a la hueste angélica de la terminología cristiana.

Pero quizá será para él de interés aun más pal­pitante que todo esto, los habitantes humanos del mundo astral, y los cuales encontrará que se dividen en dos grandes clase: los que llama­mos vivientes, y aquellos otros, en su mayor parte infinitamente más vivos, a quienes tan neciamente damos el nombre erróneo de muer­tos. Entre los primeros, verá aquí y allí alguno por completo despierto y consciente, enviado, quizás, a llevarle algún mensaje, o bien exa­minándole atentamente para ver qué progre­sos está haciendo; al paso que la mayor parte de sus vecinos, cuando están fuera del cuerpo físi­co durante el sueño, flotan vagamente, tan envueltos en sus propios pensamientos, que prác­ticamente están inconscientes de todo lo que pasa a su alrededor.

Entre la gran hueste de los muertos reciente­mente, verá todos los grados de conciencia e inteligencia, todos los matices de carácter, pues la muerte, que a nuestra visión limitada parece un cambio tan grande, en realidad no altera nada del hombre en sí. Al día siguiente de su muerte es exactamente el mismo hombre que el día antes de ella, con la misma disposición, las mis­mas cualidades, las mismas virtudes y vicios, con sólo la diferencia de que no posee un cuer­po físico; pero la pérdida de éste no hace de él, en modo alguno, un hombre distinto, porque es como si se hubiera quitado el gabán. Así pues, entre los muertos, nuestro estudiante verá hom­bres inteligentes y estúpidos, de corazón bon­dadoso o de genio áspero, serios y frívolos, de mente espiritual y de mente sensual, exacta­mente lo mismo que entre los vivos.

Puesto que no sólo puede ver los muertos, sino también hablarles, puede muchas veces ser­les muy útil, informándoles y guiándoles, lo cual es para ellos de capital importancia. Muchos de ellos se encuentran en un estado de profunda sorpresa y perplejidad, y algunas veces presa de gran desesperación, porque encuentran los hechos del otro mundo tan diferentes de las leyendas infantiles, que es todo lo que la reli­gión popular en Occidente tiene que ofrecerles; y por tanto, el hombre que comprende estos hechos y puede explicárselos es indudablemente un amigo necesario.

De muchas otras maneras puede el hombre que posee por completo esta facultad ser útil a los vivos así como a los muertos; pero sobre este aspecto de la cuestión ya he escrito en Protec­tores invisibles. Además de las entidades astra­les, verá cadáveres astrales -sombras y casca­rones en todos los estados de decadencia-; pero esto basta con mencionarlo, porque el lector que desee un relato más detallado puede encontrar­lo en el libro antes citado.

Otro resultado maravilloso que el completo goce de la visión astral proporciona al hombre, es que ya no sufre ninguna interrupción de con­ciencia. Cuando duerme, deja al cuerpo físico en el reposo que necesita, y mientras tanto mar­cha a sus asuntos en el mucho más cómodo vehí­culo astral. Al despertar, vuelve y penetra de nuevo en su cuerpo físico, pero sin ninguna pér­dida de conciencia ni de memoria entre los dos estados, pudiendo así vivir, como si dijéramos, una vida doble, la cual, sin embargo, es una, y estar útilmente ocupado durante toda su exis­tencia en lugar de perder la tercera parte de ella en la inconsciencia.

Otro extraño poder de que será poseedor (aun cuando su completo dominio pertenece más bien a la facultad devachánica, aún más elevada) es el de ver aumentada a voluntad la partícula físi­ca o astral más diminuta hasta el tamaño que quiera, como si empleara un microscopio, aun­que no existe microscopio ni probablemente existirá jamás, que tenga ni siquiera la milésima par­te de este poder psíquico aumentador. Por su medio se convierten en realidades visibles y vivientes para el estudiante ocultista la molécu­la y el átomo hipotéticos presupuestos por la ciencia, y por este examen más profundo encuen­tra que son mucho más complejos en su estruc­tura que lo qué el hombre científico ha podido hasta ahora suponer. También le permite seguir con minuciosa atención y el mayor interés todas las acciones eléctricas, magnéticas y otras asi­mismo etéricas; y cuando alguno de los espe­cialistas en estos ramos de la ciencia pueda desa­rrollar el poder de ver estas cosas sobre las que se escribe tan fácilmente, podrán esperarse algu­nas revelaciones maravillosas y preciosas.

Este es uno de los siddhis o poderes que los libros orientales asignan al hombre que se dedi­ca al desarrollo espiritual, aunque el nombre con que se le menciona no sea desde luego reco­nocible. Se le llama «el poder de hacerse uno grande o pequeño a voluntad», y la causa de una descripción que de un modo tan raro pare­ce presentar los hechos al revés, es que en rea­lidad la manera de ejecutar la proeza, es preci­samente la indicada en estos antiguos libros. Usando un aparato visual temporal de una pequeñez inconcebible, es como el mundo de lo infinitamente se ve con claridad; y del mis­mo modo (o más bien de la manera contraria), aumentando temporalmente de un modo enor­me el tamaño del aparato que se usa, es cómo se hace factible el aumentar el campo de nues­tra vista -en el sentido físico, como en el moral- mucho más allá de lo que la ciencia ha podido jamás soñar como posible para el hombre. De modo que la alteración del tama­ño reside en realidad en el vehículo de la con­ciencia del estudiante y no fuera de él; y el antiguo libro oriental, después de todo, ha expuesto el caso con más exactitud que nosotros.

La psicometría y la segunda vista in excelsis, serían también facultades de que podría disponer el clarividente; pero de éstas se tratará con más propiedad bajo otra denominación, puesto que en casi todas sus manifestaciones comprenden la cla­rividencia así en el espacio como en el tiempo.
He indicado ya, aunque muy a grosso modo, lo que un estudiante ejercitado que poseyese la completa visión astral vería en el mundo inmen­samente más extenso en el que esta visión le introduciría; pero no he dicho nada del cambio estupendo que en su actitud mental sucedería con la certeza adquirida por experiencia pro­pia, de la existencia del alma, de su supervi­vencia: después de la muerte, de la acción de la ley del karma y de otros puntos de importancia capital. La diferencia hasta entre la convicción intelectual más profunda y el conocimiento pre­ciso que se obtiene por la experiencia personal directa, hay que sentirla para poderla apreciar.

Las experiencias de los clarividentes no ejer­citados -y téngase presente que esta clase comprende todos los clarividentes europeos, excepto unos pocos- se quedan, por regla general, muy atrás de lo que he dicho; se que­dan muy atrás de muchos modos diferentes, en grado, en variedad, en permanencia y, sobre todo, en precisión.

Algunas veces, por ejemplo, la clarividencia de una persona será permanente, pero muy par­cial, extendiéndose tan sólo a una o dos clases de los fenómenos observables; se encontrará dotado de una parte solamente de visión supe­rior, sin poseer aparentemente otros poderes de vista que debieran de un modo normal acompa­ñarla o precederla. Por ejemplo, uno de mis más queridos amigos ha tenido toda su vida el poder de ver el éter atómico y la materia astral ató­mica, y de reconocer su estructura, tanto en la luz, como en la oscuridad, como compenetrando todo lo demás; sin embargo, sólo rarísimas veces ha visto entidades cuyos cuerpos están compuestos de éter inferior o de materia astral más densa, mucho más perceptibles, y en todo caso no puede verlos siempre. Sencillamente, se encuentra en posesión de esta facultad especial, sin ninguna razón aparente que lo explique, o relación alguna conocida con cualquier otra cosa; y fuera de probarle la existencia de estos planos atómicos y demostrarle su arreglo, es difícil comprender para qué cosa especial le sirve en la actualidad. Sea como quiera, tal es el hecho, y es una garantía de cosas más grandes futuras, de otros poderes que aún esperan desarrollo.

Hay muchos casos parecidos, parecidos, quie­ro decir, no en la posesión de esta forma parti­cular de vista (que es única en mi experiencia), sino en que demuestran el desarrollo de una pequeña parte especial de la visión completa y clara del plano astral y etérico. De diez casos, sin embargo, de esta clarividencia parcial, en nueve habrá también falta de precisión, esto es, habrá mucha parte de impresión vaga y de infe­rencia en lugar de la definición concreta y cla­ra y de la certeza del hombre ejercitado. Ejem­plos de esta clase se ven constantemente con especialidad entre aquellos que se anuncian como «clarividentes probados para negocios».
Luego hay también los que son sólo clarivi­dentes temporales, bajo ciertas condiciones espe­ciales. Entre éstos hay varias subdivisiones: algu­nos pueden reproducir el estado de clarividencia a voluntad colocándose en las mismas condi­ciones, mientras que a otros les ocurre esporádicamente, sin relación alguna observable con las circunstancias; y a otros suele suceder que la facultad sólo se muestra una o dos veces en el curso de toda su vida.
A la primera de estas subdivisiones perte­necen los que son clarividentes sólo en el sue­ño magnético, fuera del cual son incapaces de oír ni de ver nada anormal. Éstos pueden a veces alcanzar grandes alturas de conocimiento; pero cuando esto sucede, es porque están pasando por un curso de educación regular, aunque por alguna razón no pueden aún libertarse sin ayu­da del peso abrumador de la vida terrestre.

En la misma clase podemos colocar aquellos -en su mayor parte orientales- que adquie­ren alguna vista temporal sólo bajo la influen­cia de ciertas drogas, o por medio de la ejecu­ción de ciertas ceremonias. Estos últimos se hipnotizan algunas veces por la repetición de las ceremonias, y en este estado se hacen clari­videntes hasta cierto punto, pero lo más común es simplemente quedar reducidos a un estado pasivo, en el cual alguna otra entidad puede obsesionarle y hablar por su medio. Algunas veces sus ceremonias no tienen por objeto afec­tarlo a él mismo, sino el invocar alguna entidad astral que le da la información deseada; pero, por supuesto, éste es un caso de magia y no de clarividencia. Tanto las drogas como las cere­monias son métodos que a todo trance deben evitarse por todo el que desee llegar a la clari­videncia en su aspecto superior. El sanador del África Central o médico-brujo y los siameses tártaros son buenos ejemplos de este tipo.

Los que sólo ocasionalmente han poseído cierto poder clarividente sin intervención de su propio deseo, han sido muchas veces personas histéricas o sumamente nerviosas, en quienes esta facultad viene a ser en gran parte uno de los síntomas de la enfermedad. Su aparición demuestra que el vehículo físico se ha debilita­do hasta tal punto, que ya no ofrece obstáculo alguno a la manifestación de un poder de visión etérica o astral. Un ejemplo extremo de esta cla­se es el hombre que se alcoholiza hasta el deli­rium tremens, y en este estado de absoluta rui­na física y de excitación psíquica impura, ocasionada por los estragos de esta horrible enfermedad, puede ver por el momento algún asqueroso elemental y otras entidades, las cua­les ha atraído a su alrededor por el abuso de su vicio degradante y bestial. Hay también otros casos en que este poder de visión ha aparecido y desaparecido sin relación alguna aparente con el estado de la salud física; pero parece proba­ble que aun en éstos, si hubiesen podido obser­varse con toda minuciosidad, se hubiera visto alguna alteración en el estado del doble etérico.

Aquellos que sólo pueden contar un solo ejemplo de clarividencia en toda su vida, son difíciles de clasificar en todas sus diferencias, a causa de la gran variedad de las circunstan­cias que han contribuido a ello. Hay muchos entre ellos que han pasado por tal experiencia en algún momento supremo de la vida, cuan­do es comprensible que haya podido haber una exaltación temporal de las facultades, lo cual sería suficiente para explicar el fenómeno. Otros hay, dentro de esta misma clase, para quienes el caso único ha consistido en ver una aparición, siendo lo más común que ésta haya sido la de un amigo o un pariente en el momento de la muerte. Dos interpretaciones se presentan ante nosotros en este caso, y en ambas es la fuerza impulsora un fuerte deseo del difunto. Esta fuer­za puede haberle permitido materializarse por un instante, en cuyo caso, por supuesto, no hay necesidad de clarividencia; o lo que es más pro­bable, puede haber obrado magnéticamente sobre el vidente, entorpeciendo por el momen­to su sensibilidad física y estimulando las supe­riores. En ambos casos la visión es el resultado de un incidente, y no se repite por la sencilla razón de que las condiciones necesarias tam­poco se repiten.

Queda, sin embargo, en esta clase un resto irresoluble de casos en los cuales sólo ocurre un único ejemplo de indudable clarividencia en cir­cunstancias que nos parecen por completo tri­viales y sin interés. Acerca de estos casos sólo podemos formar hipótesis; las condiciones direc­tas no están, evidentemente, en el plano físico, y antes de poder emitir una opinión cierta, sería necesaria la investigación de cada caso. En algu­nos de ellos ha resultado que una entidad astral ha estado intentando comunicarse, no habien­do conseguido más que transmitir algún detalle sin importancia de un asunto, sin que lo más útil del mismo haya podido penetrar en la concien­cia del sujeto.

En la investigación de los fenómenos de la clarividencia se encontrarán todos estos diver­sos tipos y muchos otros, y seguramente se pre­sentarán también cierto número de casos de meras alucinaciones, los cuales deben elimi­narse con cuidado de la lista de ejemplos. El que se dedica al estudio de este asunto necesita una dosis inextinguible de paciencia y de firme per­severancia; pero si continua el tiempo necesa­rio principiará a distinguir confusamente el orden tras del caos, hasta que de un modo gra­dual adquiere alguna idea de la gran ley bajo la cual marcha toda la evolución. Le ayudará mucho en sus esfuerzos el adoptar el orden que nosotros acabamos de seguir aquí, esto es, tomarse primeramente el trabajo de familiari­zarse, en cuanto le sea posible, con los hechos efectivos concernientes a los planos en los cua­les se manifiesta la clarividencia ordinaria. Si quiere aprender lo que realmente hay que ver con la vista etérica y astral, y cuáles son sus limi­taciones respectivas, tendrá entonces una regla para medir los casos que observe. Dado que todos los ejemplos de vista parcial tienen nece­sariamente que encontrar su sitio apropiado en este cuadro, si tiene el bosquejo de todo el esque­ma en su cabeza encontrará relativamente fácil, con un poco de práctica, el clasificar los ejem­plos que se le presenten.

No hemos dicho nada todavía acerca de las posibilidades aún más maravillosas de la cla­rividencia en el plano devachánico, ni en ver­dad es necesario decir mucho de ello, toda vez que es sumamente improbable que el investi­gador encuentre jamás ejemplo alguno de tal facultad, a no ser entre discípulos debidamente ejercitados en las escuelas más elevadas de ocul­tismo. Para éstos se abre otro mundo mucho más vasto que todos los inferiores -un mundo en el cual todo lo que podamos imaginar de más glorioso y esplendente es lo más común de la existencia-. En El plano astral y El Devachán hemos expuesto algo acerca de esta maravillo­sa facultad, su dicha inefable, sus magníficas oportunidades para aprender y trabajar, y a ellos remitimos al estudiante.

Todo lo que tiene que dar -por lo menos todo lo que de él puede asimilarse- está al alcance del discípulo ejercitado; pero para el clarividente no ejercitado sólo el tocarlo es poco menos que una imposibilidad. Se ha consegui­do en el sueño magnético, pero el caso es extre­madamente raro, pues se necesitan cualidades casi sobrehumanas en lo que se refiere a ele­vadas aspiraciones espirituales y pobreza abso­luta de pensamiento y de intención, tanto de par­te del sujeto como de la del operador.

A semejante tipo de clarividencia, y todavía mucho más a la que pertenece al plano superior siguiente, puede aplicarse con mucha razón el nombre de visión espiritual; y puesto que el mundo celestial que presenta a nuestros ojos nos rodea por todas partes aquí y ahora, creemos oportuno colocar la referencia que de pasada hacemos, en la denominación de clarividencia simple, aunque sea necesario volver hacer alu­sión a ella cuando tratemos de la clarividencia en el espacio, a la cual pasamos ahora.

CLARIVIDENCIA EN EL ESPACIO

Hemos definido ésta como la facultad de ver sucesos o escenas a distancia del vidente y demasiado alejadas para la observación ordi­naria. Los ejemplos de esto son tan numerosos y diversos, que consideramos conveniente inten­tar una clasificación de ellos algún tanto más detallada. No importa gran cosa el orden que adoptemos, siempre que sea suficientemente inteligible y comprenda todos los casos; quizá sea conveniente el agrupados bajo las dos gran­des clasificaciones de clarividencia intencional y clarividencia no intencional en el espacio, con una clase intermedia que pudiera denominarse Como semi intencional, título curioso que expli­caremos más tarde.

Como antes, principiaré por exponer lo que es posible para el clarividente ejercitado, y trataré de explicar cómo funciona su facultad y bajo qué limitaciones actúa.

Después de esto nos encontraremos en mejor situación para tratar de comprender los múlti­ples ejemplos de clarividencia parcial y no ejer­citada. Discutamos, pues, en primer termino la Clarividencia Intencional
Clarividencia intencional

Claro es, por lo que ya hemos manifestado acer­ca del poder de la visión astral, que cualquiera que la posea por completo, podrá ver por su medio prácticamente todo lo que desee ver en este mundo. Los sitios más secretos están abier­tos a su mirada, y los obstáculos no existen para él, por razón del cambio de su punto de vista; de modo que si le concedemos el poder de moverse libremente en su cuerpo astral, puede sin dificultad alguna ir a todas partes y vedo todo dentro de los límites del planeta. A la ver­dad esto le es en gran parte posible, aun sin nece­sidad de viajar en el cuerpo astral, como vere­mos pronto.

Consideremos más de cerca los métodos por los cuales puede usarse esta vista suprafísica para observar sucesos que se verifican a distan­cia. Cuando, por ejemplo, un hombre aquí en Europa ve en sus menores detalles algo que está pasando en aquel momento en la India o en América, ¿cómo se verifica esto?
Se ha presentado una hipótesis muy ingenio­sa para explicar él fenómeno. Se ha dicho que todos los objetos irradian constantemente en todas direcciones, al modo que los cuerpos lumi­nosos lanzan rayos de luz, aunque en forma más sutil, y que la clarividencia no es otra cosa que la facultad de ver por medio de estas irradiacio­nes más finas. La distancia, en este caso, no sería obstáculo para la vista; todos los objetos inter­medios serían penetrables por estos rayos, y podrían cruzarse entre sí hasta lo infinito en todas direcciones sin confundirse, precisamente como sucede con las vibraciones de la luz ordinaria.

Ahora bien, aunque no es este exactamente el modo como funciona la clarividencia, la teo­ría es, sin embargo, muy verdadera en la mayor parte de sus premisas. Todos los objetos, indudablemente, arrojan radiaciones en todos senti­dos; y justamente de esta manera, aunque en un plano más elevado, es cómo se forman los ana­les akáshicos[3]. Sobre ellos es necesario que diga­mos algo más adelante, y así ahora no hacemos más que mencionarlos. Los fenómenos de psi­cometría dependen también de estas radiaciones, como se explicará seguidamente.

Existe, sin embargo, ciertas dificultades practicas en el uso de estas vibraciones etéricas (pues esto es, por supuesto, lo que son), como medio para ver algo que tiene lugar a distancia. Los objetos intermedios no son por completo trans­parentes; y como los actores de la escena que el experimentador tratase de observar, serían, sin duda, igualmente transparentes, es claro que de todo ello resultaría gran confusión

La dimensión adicional que entra en juego, si en lugar de las radiaciones etéricas se perci­ben las astrales, haría desaparecer algunas de las dificultades; pero por otra parte introduci­rían algunas complicaciones que le son propias; así, pues, para objetos prácticos, al tratar de comprender la clarividencia, podemos desterrar esta hipótesis de nuestra mente, y ocupamos de los métodos que están en realidad a disposición del estudiante. Se verá que hay cinco, siendo cua­tro de ellos realmente variedades de la clarivi­dencia, al paso que el quinto no tiene en modo alguno sitio bajo la denominación de que trata­mos, sino que pertenece al dominio de la magia. Nos ocuparemos primero de este último, a fin de descartamos de él.

Por la ayuda de un espíritu de la naturaleza
Este método no envuelve necesariamente la posesión de ninguna facultad psíquica de par­te del experimentador: bástale saber cómo indu­cir a algún habitante del mundo astral a hacer la investigación por él. Esto puede hacerse bien por invocación o por evocación; esto es, el ope­rador puede persuadir a su coadjutor astral a ayudarle por medio de ruegos u ofertas, o bien puede obligarle a prestar su ayuda por el ejer­cicio determinado de una voluntad altamente desarrollada.

Este método ha sido muy usado en Oriente, donde la entidad empleada es usualmente un espíritu de la naturaleza, y en la antigua Atlán­tida, donde «los señores de la oscura faz» empleaban una variedad altamente especial y muy venenosa de elementales artificiales con tal objeto. De un modo semejante se obtienen informaciones en nuestras modernas sesiones espiritistas; pero en este caso el mensajero empleado es mucho más probable que sea algún ser humano recientemente fallecido, y que se encuentre actuando en el plano astral más o menos libremente, aunque también suele suceder que sea algún servicial espíritu de la naturaleza que se divierta haciendo el papel de un pariente difun­to. En todo caso, según he dicho ya, este método no tiene nada de clarividente, sino de mágico, y sólo se menciona aquí para evitar que el lector se confunda al tratar de clasificar casos  de esta índole, bajo las denominaciones que seguirán.
Por medio de una corriente astral

 Esta es una frase que se usa con frecuencia, y no siempre con propiedad, en parte de nuestra literatura teosófica, para determinar una diversidad considerable de fenómenos, y entre ellos el que intento explicar. Lo que en realidad hace el estudiante que adopta este método, no es poner en acción una corriente en la materia astral, sino más bien construir a través de ella un teléfono temporal.
Es imposible poder dar en este trabajo un tratado completo de física astral, aunque tuviese conocimientos para ello; basta con decir que es posible construir en la materia astral una línea conectora definida que actúe como un hilo tele­gráfico para conducir vibraciones, por cuyo medio pueda verse todo lo que pasa en el otro extremo. 
Semejante línea no se establece, entiéndase bien, por una proyección directa de materia astral a través del espacio, sino por una acción sobre una línea (o más bien muchas líneas) de partículas de esta materia, que las haga capaces de formar un conductor a propósito para las vibraciones del carácter que se requiere.

Esta acción preliminar puede ejecutarse de dos maneras: ya sea por la transmisión de la energía de partícula a partícula, hasta que la línea quede formada, o bien por el uso de una fuerza desde un plano superior capaz de actuar simultáneamente sobre toda la línea. Por supuesto, este último método implica un desarrollo mucho mayor, puesto que envuelve el poder y el cono­cimiento para el empleo de fuerzas de un nivel considerablemente superior; de suerte que el hombre que pudiese construir de este modo una línea, no necesitaría de tal línea, puesto que podría ver mucho más fácil y perfectamente por medio de una facultad por todos conceptos más elevada.

De estos dos métodos, aun el más sencillo resulta muy difícil de describir, por más que sea muy fácil de ejecutar. Puede decirse que participa algún tanto de la naturaleza de la magnetización de una barra de acero; pues consiste en lo que pudiera llamarse la polarización, por un esfuerzo de la voluntad, de un número de líne­as paralelas de átomos astrales, que parten des­de el operador hasta la escena que desea obser­var.
 Todos los átomos de esta suerte afectados son mantenidos durante el tiempo de la obser­vación, con sus ejes rígidamente paralelos entre sí, de manera que forman una especie de tubo temporal, por el cual mira el clarividente. Este método tiene la desventaja de que la línea tele­gráfica puede ser desarreglada y hasta destrui­da por cualquier corriente astral, lo bastante fuer­te para ello, que se interponga en su camino; pero si el esfuerzo original de la voluntad fue­se bien definido, entonces sería ésta una con­tingencia que sólo raramente ocurriría.
La vista de una escena distante obtenida por medio de esta «corriente astral», se asemeja, por muchos conceptos, a la que se ve por medio de un telescopio.

 Las figuras humanas aparecen comúnmente muy pequeñas, como las de un escenario distante; pero a pesar de su pequeñez, son tan claras como si estuvieran al lado de uno. Algunas voces es posible por este medio oír lo que se dice igualmente que ver lo que hacen; pero como en la mayor parte de los casos no es esto lo que sucede, debemos considerarlo más bien como la manifestación de otra facultad, que no como un corolario indispensable de la clarividencia.

Se observará que en este caso el vidente no abandona, por regla general, su cuerpo físico, no hay ninguna clase de proyección de su vehí­culo astral ni de parte alguna de sí mismo hacia aquello que está viendo, sino que simplemen­te se fabrica un telescopio astral temporal. Por consiguiente, se halla en poder, hasta cierto pun­to, del uso de sus facultades físicas, hasta cuan­do está examinando escenas distantes; por ejem­plo, su voz seguirá, generalmente, bajo su dominio, de manera que podrá describir lo que vea al mismo tiempo que está haciendo sus observaciones. La conciencia del hombre, en una palabra, se encuentra clara y tranquila al extremo de la línea.

Este hecho, sin embargo, tiene sus limitacio­nes así como sus ventajas; limitaciones que se parecen también mucho a las que se encuentran en el uso del telescopio en el plano físico. El experimentador, por ejemplo, no puede cambiar su punto de vista; su telescopio, por decido así, tiene un campo particular de visión que no pue­de agrandarse ni alterarse; ve la escena desde cierta dirección, y no puede darle vuelta repen­tinamente para veda desde el otro lado. Si dis­pone de suficiente energía psíquica, puede dese­char por completo el telescopio que está usando y fabricar otro totalmente nuevo, que enfoque el objeto de un modo diferente; pero éste no es un método que tenga probabilidades de ser puesto en práctica.

Pero, se nos dirá: el solo hecho de que use la vista astral debiera permitirle ver el objeto por todos lados a la vez. Así sería si usase esta vis­ta del modo normal sobre un objeto bastante cercano, dentro de su alcance astral, por decir­lo así; pero a una distancia de cientos o de miles de millas el caso es muy distinto. La vista astral nos da la ventaja de una dimensión adicional, pero existe todavía una posición en esta dimen­sión, la cual es, naturalmente, un factor poten­te en la limitación del uso de los poderes de un plano. Nuestra vista ordinaria de tres dimen­siones nos permite ver desde luego todos los puntos del interior de una ,figura de dos dimen­siones, tal como un cuadrado, pero para hacer esto, el cuadro tiene que estar a una distancia razonable de nuestros ojos; la sola dimensión adicional puede servir a un hombre en Londres, pero muy poco si trata de examinar un cuadra­do en Calcuta.

La vista astral, al ser dificultada por dirigida a través de lo que prácticamente resulta un tubo, se limita de un modo muy semejante a lo que sucedería con la vista física en las mismas circunstancias; aunque si se posee a la perfección seguirá demostrando, aun a esta distancia, las auras, y por tanto, todas las emociones y la mayor parte de los pensamientos de la gente bajo la observación.

Hay mucha gente para quien este tipo de cla­rividencia se les facilita mucho si tienen a mano algún objeto físico que puedan emplear como punto de partida de su tubo astral, un foco con­veniente para el poder de su voluntad. Una bola de cristal es el más usual y efectivo de tales focos, pues tiene además la ventaja de poseer en sí cualidades que estimulan la facultad psí­quica; pero también se emplean otros objetos a los cuales tendremos necesidad de referimos más particularmente cuando lleguemos a tratar la clarividencia semi intencional.

Relacionados con esta forma de clarividen­cia de corriente astral, así como con otras, vemos que hay algunos psíquicos que no pueden usar­la excepto bajo la influencia del magnetismo. La peculiaridad de este caso es que entre tales psíquicos hay dos variedades: una en la cual, al libertarse de este modo, el hombre puede hacer un telescopio para sí, y otro en que el magnetizador mismo hace el telescopio, y el sujeto sólo tiene que mirar a través. En este último caso, es claro que el sujeto no tiene bastante fuerza de voluntad para construir el tubo, y que el operador, aunque posee la fuerza de voluntad necesaria, no es clarividente, porque de otro modo podría ver por medio de su propio tubo sin necesidad de ayuda.

Ocasionalmente, aunque pocas veces, el tubo que se forma posee otro de los atributos del telescopio -el de aumentar los objetos sobre los que se dirige hasta que parecen del tamaño natural-. Por supuesto, los objetos tienen que ser siempre aumentados hasta cierto punto, porque de otro modo serían absolutamente invisibles; pero por regla general la extensión es determinada por el tamaño del tubo astral, y toda la cosa es sencilla­mente un diminuto cuadro vivo. En los pocos casos en que las figuras se ven de tamaño natural por este método, es probable que sea porque una nueva facultad esté empezando a mostrarse; pero cuando esto sucede se necesita una observación muy cuidadosa, a fin de poderlos distinguir de ejemplos de nuestra próxima clasificación.

Por medio de la proyección de una forma de pensamiento
La habilidad de emplear este método de clari­videncia implica un desarrollo algo más avan­zado que el anterior, pues necesita cierto domi­nio en el plano mental. Todos los estudiantes de teosofía saben que el pensamiento toma for­ma, en todo caso, en su propio plano, y en la mayor parte de los casos también en el plano astral; pero puede que no sea tan conocido que si un hombre piensa fuertemente en sí mismo como estando presente en un sitio dado, la for­ma que este pensamiento toma será una seme­janza del pensador, que aparecerá en el sitio en cuestión.

Esencialmente esta forma debe componerse de la materia del plano mental, pero en muchí­simos casos atraerá también alrededor de sí mate­ria del plano astral, y de este modo se aproxi­mará mucho más a la visibilidad. Ha habido, efectivamente, muchos casos en que ha sido vis­ta por la persona pensada -muy probablemen­te por medio de la influencia magnética incons­ciente que emana del pensador original-. Sin embargo, ninguna parte de la conciencia del pen­sador pasaría dentro de esta forma de pensa­miento. Una vez que ha sido lanzada, se con­vierte, normalmente, en una entidad aparte; seguramente no del todo sin relación con su hace­dor, pero sí prácticamente en lo que se refiera a recibir alguna impresión por su medio.

El tercer tipo de clarividencia consiste, pues, en el poder de mantener tanta relación y domi­nio como sean necesarios, sobre una forma de pensamiento acabada de crear, para que sea posi­ble recibir impresiones por su medio. En este caso las impresiones que esta forma recibiera serían transmitidas al pensador -no a lo largo de una línea telegráfica astral, como antes, sino por vibración simpática-. En el caso perfecto de clarividencia de esta clase, es casi como si el vidente proyectase una parte de su conciencia dentro de la forma de pensamiento, y la usase como una especie de avanzada desde la cual fue­se posible la observación. Ve casi tan bien como si él mismo estuviese en el lugar de su forma de pensamiento.

Las figuras que mire, le aparecerán como de tamaño natural y muy cerca, en lugar de dimi­nutas y a distancia, como en el caso anterior; y le será posible cambiar su punto de vista si lo desea. La clariaudiencia está quizá menos fre­cuentemente asociada con este tipo de clarivi­dencia que con la anterior; pero en su lugar se posee hasta cierto punto una especie de per­cepción mental de los pensamientos y acciones de las personas que se ven.

Dado que la conciencia del hombre sigue en el cuerpo físico puede (aun cuando esté ejerci­tando esta facultad) oír y hablar, en tanto pue­da hacerlo sin distraer su atención. En el momento en que falte intensidad a su pensa­miento, toda la visión se desvanece y tendrá que construir una nueva forma de pensamien­to para poder continuar su intento. Los ejem­plos en que esta clase de vista se posee con alguna perfección por gente no ejercitada son, naturalmente, más raros que en el caso del tipo anterior, a causa del dominio mental que se requiere y de las fuerzas de naturaleza más fina que se emplean.

Viajando en el cuerpo astral
En este punto entramos en una variedad com­pletamente nueva de la clarividencia, en la cual la conciencia del vidente no permanece en el cuerpo físico ni está muy relacionada con éste, sino que definidamente es transferida a la esce­na que se examina. Aun cuando es indudable que envuelve peligros mayores para el vidente inexperto que cualquiera de los métodos antes descritos, es, sin embargo, la forma más satis­factoria de clarividencia que puede presentár­sele, pues la variedad inmensamente superior que trataremos bajo la denominación quinta no es asequible sino para estudiantes especialmente ejercitados.

En este caso, el cuerpo del hombre, o bien está dormido, o en estado de trance, y por tanto sus órganos no están en estado de funcionar mientras dura la visión; de suerte que la descripción de lo que se ve y toda pregunta respecto de los demás particulares tienen que suspenderse hasta que el viajero vuelve a este plano. Por otra par­te, la vista es mucho más completa y perfecta; el hombre oye tan bien como ve todo lo que pasa a su alrededor, y puede moverse a voluntad dentro de los amplísimos límites del plano astral. Pue­de ver y estudiar con comodidad todos los demás habitantes de este plano, de suerte que el gran mundo de los espíritus de la naturaleza (del cual sólo es una pequeñísima parte la tierra tradicio­nal de las hadas) hállase abierto ante él y hasta el de algunos de los Devas inferiores.

Tiene también la inmensa ventaja de poder tomar parte, por decirlo así, en las escenas que se presentan a su vista, de conversar a voluntad con estas diversas entidades astrales, de las cua­les puede recibir tantos informes curiosos e inte­resantes. Si además de esto puede aprender la manera de materializarse (cosa que no le será muy difícil una vez que ha adquirido el modo) podrá tomar parte en los sucesos físicos o en las conversaciones que pasan a distancia, y mostrarse a voluntad a sus amigos ausentes.

Tiene también, además, la facultad de poder buscar lo que necesita. En los casos anterio­res, para todos los objetos prácticos, sólo podía encontrar una persona o un lugar cuando los conocía, o cuando se le ponía en relación con ellos, tocando algo relacionado físicamente con los mismos, como en la psicometría. Es ver­dad que en el tercer método es posible cierto movimiento, pero el proceso es muy fastidioso, excepto para distancias muy cortas.

Con el uso del cuerpo astral, un hombre pue­de ir a todos lados libremente y con rapidez, y puede, por ejemplo, encontrar cualquier punto que se señale en un mapa, sin haber tenido cono­cimiento previo del lugar ni objeto alguno para establecer relación con él. Puede también ele­varse a cualquier altura en el aire, de suerte que pueda contemplar a vista de pájaro el país que está examinando, de manera que pueda observar su extensión, el contorno de sus cos­tas o su carácter general. A la verdad, por todos conceptos, sus poderes y su libertad son muchí­simo mayores cuando emplea este método, que usando cualquiera de los anteriores.

Un buen ejemplo de la completa posesión de este poder se nos muestra, bajo la autoridad del escritor alemán Jung Stilling, por la señora Gro­We en The Night Side of Nature. Se refiere la historia de un vidente que residía en los alrededores de Filadelfia, en los Estados Unidos:
«Sus costumbres eran morigeradas y hablaba poco; era grave, benévolo y piadoso, y no Se sabía nada en contra de su carácter, excepto que tenía la reputación de poseer algunos secre­tos que no eran considerados completamente legales. Se contaban de él muchas historias extraordinarias, y entre ellas la siguiente:
"La esposa del capitán de un barco (cuyo marido se hallaba en un viaje a Europa y a África), llena de ansiedad por su suerte, fue inducida a dirigirse a esta persona. Habien­do oído él su relato, le rogó que le dispen­sase un momento, que necesitaba para traer­le las noticias que deseaba. El hombre pasó entonces a una habitación interior y ella le esperó; pero como su ausencia se prolonga­se más de lo que ella esperaba, empezó a impacientarse, creyendo que la había olvi­dado, y acercándose silenciosamente a la puerta, miró por alguna hendidura, y con sor­presa suya le vio tendido en un sofá, tan inmóvil como si estuviera muerto. Ella, por supuesto, no creyó prudente despertarle, sino que esperó a que volviera; entonces el hom­bre le dijo que su esposo no había podido escribirle por tales y cuales razones, pero que se encontraba en aquel momento en un café en Londres, y que muy pronto emprendería el viaje de regreso."

Efectivamente, pronto volvió, y su esposa supo por él que las causas de su desusado silencio habían sido precisamente las que el hombre le había dicho, por lo que sintió gran deseo de asegurarse de la verdad de las demás noticias. En esto fue satisfecha, porque tan pronto como el capitán vio al mago, dijo que le había visto en Londres en un café, y que le había dicho que su esposa estaba muy inquieta por su causa, y que entonces él le había referido cómo no había podido escri­bir, añadiendo que estaba en vísperas de salir para América. Entonces perdió de vista al desconocido entre la multitud y no volvió a saber de él.»

Por supuesto, no tenemos los medios de saber qué pruebas tenía Jung Stilling de la verdad de esta historia, aunque él declara que está per­fectamente satisfecho de la autoridad que le garantiza la verdad del relato. El vidente, como quiera que sea, debió haber desarrollado esta facultad por sí mismo o la había aprendido en alguna escuela distinta de la que nosotros tomamos la mayor parte de nuestros informes teosóficos, pues en nuestro caso existen reglas bien entendidas que prohíben expresamente al discípulo presentar manifestación alguna de un poder que puede probarse de un modo definido y completo, y constituir así lo que se llama «un fenómeno». Que estas reglas son admirablemente sabias, es cosa conocida por todos los que están enterados de la historia de nuestra Sociedad, por los desastrosos resultados que siempre siguieron a las menores infracciones de tales reglas

He presentado algunos casos, en mi pequeño tratado Protectores invisibles, muy semejantes al referido. Stead, en Real Ghost Stories, presenta el ejemplo de una señora que me es muy conocida, y que frecuentemente se aparece de este modo a sus amigos a distancia; y Andrew Lang, en su Sueños y fantasmas, hace el relato de cómo el señor Cleave, que se hallaba entonces en Portsmouth, se apareció intencionalmente en dos ocasiones a una señorita en Londres, y la alarmó considerablemente. En resumen, existe una gran abundancia de pruebas para todo el que quiera estudiar el asunto seriamente.

Cuando a la proximidad de la muerte los principios (constituyentes del hombre) se aflojan, estas visitas astrales intencionales parece que a menudo se hacen posibles para gentes que en otras ocasiones no han podido hacer tal proeza. De esta clase hay aún más ejemplos que de la obra. Expondré uno de ellos, bastante interesante, referido por Andrew Lang en Sueños y fantasmas, ejemplo del cual él mismo dice: «pocas historias tienen tan buen testimonio a su favor como ésta:
María, esposa de John Goffe de Rochester, padecía una larga enfermedad, y se trasladó a la casa de su padre en West-Malling, a unas nueve millas de la suya.
El día antes de su muerte sintió grandes e impacientes deseos de ver a sus dos hijos, que había dejado en su casa al cuidado de una nodriza. Estaba demasiado enferma para poder ser trasladada, y entre la una y las dos de la mañana cayó en una especie de trance. La viuda de un tal Tumer, que la cuidaba aquella noche, dice que sus ojos estaban abiertos y fijos, y caída la mandíbula. La señora Turner le puso la mano en la boca, pero no pudo percibir aliento alguno. Creyó que le había dado un ataque, y empezó a dudar de si estaría muerta o viva.
A la mañana siguiente la moribunda contó a su madre que había estado en su casa con sus hijos, diciéndole: "Anoche, mientras dor­mía, estuve con ellos".
La nodriza en Rochester, llamada viuda de Alejandro, afirma que un poco antes de las dos de aquella mañana, vio la aparición de la referida María Goffe salir de la habitación próxima (donde la niña mayor dormía sola), quedando la puerta abierta y acercarse a su cama, en la que también estaba la otra niña, permaneciendo junto a ésta cosa de un cuar­to de hora. La nodriza dice además que ella estaba perfectamente despierta, y que era de día, por ser uno de los días más largos del año. Se sentó en la cama y miró fijamente la aparición. En este momento oyó que daban las dos en el reloj, y un poco después dijo: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espí­ritu Santo, ¿quién eres tú?". Entonces la apa­rición echó a andar y se marchó; se vistió apresuradamente y la siguió; pero no pudo averiguar lo que había sido de ella.»

Aparentemente la nodriza se atemorizó más por su desaparición que con su presencia, pues después de esto tuvo miedo de permanecer en la casa, y pasó todo el tiempo hasta las seis de la maña­na paseando arriba y abajo por fuera. Cuando los vecinos se despertaron, les refirió lo que le había sucedido, y ellos, por supuesto, le dijeron que había soñado todo aquello; ella, naturalmente, rechazaba con calor tal idea; pero no pudo con­seguir que la creyeran hasta que se supo el otro aspecto de la historia en West-Malling, y enton­ces la gente principió a admitir que realmente podía haber algo de verdad en lo que refería.
Otra circunstancia notable de esta historia es que la madre tuvo necesidad de pasar del esta­do de sueño ordinario al más profundo del es­tado de trance antes de poder visitar conscien­temente a sus hijas; sin embargo, vense ejemplos análogos aquí y allí entre los muchos de esta especie que se encuentran en la literatura que al asunto se refiere.

El hombre que posee por completo este tipo de clarividencia, tiene a su disposición muchas y grandes ventajas, aun además de las que ya se han mencionado. No sólo puede visitar sin tra­bajo ni gasto alguno todos los lugares bellos y famosos del mundo, sino que si se trata de un hombre erudito, ¡calcúlese lo que será para él el tener libre entrada en todas las bibliotecas del mundo! ¿Qué será para el hombre científico el ver funcionando ante sus propios ojos muchos procedimientos de la química oculta de la natu­raleza; para el filósofo el serIe reveladas tantas cosas más que antes sobre los grandes misterios de la vida y de la muerte? Para él todos los que han marchado de este plano, ya no están muer­tos, sino vivos y a su alcance durante mucho tiempo; para él han cesado de ser cosas de fe muchos conceptos de la religión que se han cam­biado en conocimientos propios. Sobre todo, puede unirse al ejército de auxiliares invisibles, y ser realmente útil en gran escala. Indudable­mente, la clarividencia, aún limitada el plano astral, es un gran don para el estudiante.

Ciertamente tiene también sus peligros, en especial para los no ejercitados; peligros por ciertas entidades de varias clases, que pueden aterrorizar o hacer daño a aquellos que pierden el valor para hacerles frente; peligros de decep­ciones de todas clases, de comprender mal e interpretar erróneamente lo que ven, siendo el mayor de todos el infatuarse y creer imposible equivocarse. Pero un poco de sentido común y un poco de experiencia bastarán para guardar a un hombre de este último riesgo.
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Viajando en el Mayavirûpa
Esta es, sencillamente, una forma más elevada, y, por decido así, más gloriosa de esta última clase de clarividencia. El vehículo que se emplea no es ya el cuerpo astral, sino un sustituto fabricado para el caso con la sustancia del cuerpo mental del vidente; vehículo que, por lo tanto, pertenece al plano mental y que encierra en sí todas las potencialidades del maravilloso senti­do devachánico, que es la síntesis de todos los sentidos, tan trascendente en su acción y, sin embargo, tan imposible de describir. El hombre que funciona en tal vehículo deja tras sí su cuer­po astral igualmente que el físico, y si desea mostrarse en el plano astral por alguna cir­cunstancia, no acude para ello a su propio cuer­po astral, sino que por medio de un acto propio se construye uno para el momento.

La inmensa ventaja que se obtiene con la adquisición de este poder es la facultad de entrar en toda la gloria y hermosura de la región supe­rior de la dicha, y la posesión, aun cuando se actúe en el plano astral, de un sentido mucho más comprensivo, que le abre perspectivas de conocimientos maravillosos y prácticamente hace imposible el error. Este vuelo superior, sin embargo, se halla al alcance sólo del hombre ejercitado, puesto que la construcción del maya­virûpa necesita, la primera vez, de la ayuda de un Maestro competente.

Antes de abandonar el asunto de la clarivi­dencia completa e intencional, será convenien­te que dediquemos unas cuantas palabras a con­testar una o dos preguntas respecto de sus limi­taciones, que constantemente se les ocurren a los estudiantes. ¿Es posible, se nos pregunta a menudo, que el vidente encuentre cualquier per­sona con quien desee comunicarse en cualquier parte del mundo, ya se halle entre los vivos, ya entre los muertos?

La contestación debe ser condicionalmente afirmativa. Sí, es posible encontrar cualquier persona, si el experimentador puede, de algún modo, ponerse en relación con esa persona. Sería inútil sumergirse vagamente en el espacio para encontrar una persona completamente extraña entre los millones que nos rodean, sin ninguna clase de clave; pero, por otra parte, bastaría ordi­nariamente para el éxito una ligera clave.

Si el clarividente sabe algo acerca de la per­sona que busca, no tendrá dificultad en encon­trarla, pues cada hombre tiene lo que pudiera llamarse una cuerda musical propia, una cuerda que es su expresión como un todo, resul­tante, quizá, de una especie de término medio de los grados de vibración de todos sus dife­rentes vehículos en sus planos respectivos. Si el operador sabe cómo distinguir esta cuerda y tocarla. atraerá por vibración simpática, la aten­ción de las personas de un modo instantáneo y dónde quiera que esté, despertando en él una respuesta inmediata.

Que el hombre pertenezca a los vivos o que haya muerto recientemente, no hace diferencia alguna, y la clarividencia de la quinta clase pue­de encontrarlo desde luego aun entre los incontables millones del estado devachánico, aunque en este caso el hombre estaría inconsciente de que se hallaba bajo observación. Naturalmen­te, un vidente, cuya conciencia no pasase más allá del plano astral-y que, por tanto, emplease uno de los métodos anteriores de videncia-, no podría en modo alguno encontrar una persona en el plano devachánico; sin embargo, aun así podría al menos decir que la persona que bus­caba estaba en aquel plano, por el mero hecho de que el toque de la cuerda hasta en el nivel astral no producía respuesta alguna.

Si el hombre que se buscase fuese descono­cido del investigador, este último necesitaría de algo que tuviese relación con él y que le sirvie­se de clave: una fotografía una carta escrita por él, una prenda suya que estuviese impregnada de su magnetismo personal; cualquiera de estas cosas sería suficiente en manos de un vidente práctico.

De nuevo repito, que no por esto debe supo­nerse que los discípulos que han sido enseña­dos a emplear este arte, están en libertad de establecer una especie de oficina de inteligencia astral, por medio de la cual puedan obtenerse comunicaciones con parientes perdidos o ausentes. Un mensaje del lado de acá, de esta natu­raleza, podría o no ser llevado, según las cir­cunstancias; pero pudiera no traerse ninguna respuesta porque resultaría ser de los llamados fenómenos, algo que en el plano físico podría probarse ser un acto de magia.

Otra pregunta que se hace a menudo, es si en la acción de la vista psíquica hay alguna limi­tación por la distancia. La contestación parece que debe ser que no hay más limite que el de los planos respectivos: Debe tenerse presente que los planos astral y devachánico de nuestra tierra son tan definidamente suyos como lo es su atmósfera, aun cuando se extienden mucho más (aun considerándolos bajo el aspecto de nuestro espacio, de tres dimensiones) que el aire físico. Por consiguiente, ni el paso a otros pla­netas ni la vista detallada de los mismos, sería posible para cualquier sistema de clarividencia relacionado con estos planos. Es muy posible y fácil por lo que respecta a nuestra propia cade­na de mundos para el hombre que puede elevar su conciencia al plano búdico; pero esto está fuera de nuestro presente asunto.

Sin embargo, puede obtenerse mucha infor­mación adicional acerca de otros planetas por medio de las facultades clarividentes que hemos descrito. Es posible hacer que la vista sea muchí­simo más clara fuera de los constantes distur­bios de la atmósfera terrestre, y no es muy difí­cil aprender a emplear una facultad aumentadora de inmensa potencia, de suerte que, aun por medio de la clarividencia ordinario, podrían obtenerse conocimientos astronómico s suma­mente interesantes. En cuanto a lo que se refie­re a esta tierra y a sus alrededores inmediatos, prácticamente no hay limitación.

Clarividencia semi intencional
Bajo este título, algo curioso, agrupo los casos de todas las personas que definidamente se proponen ver algo, pero sin tener idea de lo que será y sin dominio alguno sobre la vista, una vez que han principiado a ver -psíquicos que se colocan en condiciones receptivas y luego esperan sencillamente a que pase algo-. Muchos médiums en trance caen bajo esta deno­minación; se hipnotizan a sí mismos de algún modo, o son hipnotizados por un «espíritu pro­tector», y luego describen las escenas o per­sonas que se ponen al alcance de su visión. Algunas veces, sin embargo, hallándose en este estado, ven lo que sucede a distancia, y de este modo entran en la denominación de «clarivi­dentes en el espacio».

Pero la clase más numerosa y más generali­zada de estos clarividentes semi intencionales, la constituyen los diversos «miradores por cris­tales», los que, como describe Andrew Lang, «miran dentro de una bola de cristal, en un espe­jo, en una burbuja de tinta (Egipto e India), en una gota de sangre (entre los maoríes de Nueva Zelanda), en una vasija de agua (pieles rojas), en un estanque (romanos y africanos), en agua en una vasija de cristal (en Fez), y en casi toda superficie pulimentada» (Sueños y fantasmas).
Dos paginas más adelante, Lang nos presen­ta un buen ejemplo de la clase de visión que más generalmente se obtiene por estos métodos.
« Yo había dado una bola de cristal –dice- ­a una tal señorita Baillie, que no tuvo éxito. Ésta la prestó a la señorita Leslie, la cual vio un antiguo sofá de color rojo, largo y cuadrado, cubierto de muselina, que había visto en otra casa de campo que había visitado. El hermano de la señorita Baillie, un joven atle­ta, se rió de estos experimentos, se llevó la bola a su estudio y volvió muy pálido y tur­bado. Dijo que había visto una visión, alguien a quien conocía, bajo una lámpara, que en aquella misma semana sabría si lo que había visto era verdadero o falso. Esto sucedía a las cinco y media de la tarde de un domingo.
El martes siguiente, el señor Baillie se hallaba en un baile, a unas cuarenta millas de su casa, y se encontró con una tal señorita Preston.
-El domingo pasado -le dijo-, a eso de las cinco y media, se hallaba usted sentada bajo una lámpara de pantalla, con un vestido que nunca le he visto, una blusa azul con lazos en los hombros, llenando una taza de té para un hombre vestido de sarga azul, con la espalda vuelta hacia mí, de suerte que no pude vede más que las guías del bigote.
-Es indudable que las persianas debieron estar levantadas -dijo la señorita Preston.
-Yo estaba en Dulby -replicó Baillie.
Y, efectivamente, era verdad.»

Este es un caso perfectamente típico de la visión por cristales: el cuadro exacto en todos sus deta­lles, como veis, y, sin embargo, absolutamente sin importancia, y sin tener significado alguno aparente para nadie, excepto que sirvió para probar a Baillie que realmente había algo de ver­dad en la visión por cristales. Quizá lo más gene­ral sea que las visiones tiendan al aspecto román­tico: hombres con vestidos extraños o vistas hermosas y por lo general desconocidas.

Ahora bien: ¿cuál es el fundamento de esta clase de clarividencia? Como he indicado antes, pertenece generalmente al tipo de la «corriente astral», y el cristal o cualquier otro objeto actúa simplemente como foco para el poder de la voluntad del que mira, como un punto de parti­da conveniente para un tubo astral. Hay algunos que pueden influir en lo que ven con su voluntad, esto es, que tienen el poder de dirigir como quieren su telescopio; pero la mayor parte no pasan de formar un tubo fortuito y ver lo que quiera que se presenta al otro extremo.

Algunas veces puede ser una escena relativamente próxima, como en el caso que acaba­mos de referir; en otras, una vista oriental leja­na; en otras puede ser una reflexión de algún fragmento de anales akáshicos, y entonces el cuadro contendrá figuras con vestidos antiguos, y el fenómeno pertenecerá a nuestra gran divi­sión de «clarividencia en el tiempo». Se dice que algunas veces se ven visiones del porvenir en los cristales: otro desarrollo a que nos refe­rimos más adelante.

He visto a un clarividente usar, en lugar de la ordinaria superficie brillante, una negra y mate, producida por una cantidad de polvos de carbón en una salsera. En verdad, no parece que ten­ga gran importancia lo que se use como foco, excepto que el cristal puro tiene una ventaja indudable sobre otras sustancias, en cuanto su arreglo peculiar de esencia elemental lo hace especialmente estimulante de las facultades psí­quicas.
Parece probable, sin embargo, que en los casos en que se emplea un objeto brillante, tal como un punto de luz, o la gota de sangre usa­da por los maoríes, se trate de un ejemplo de auto hipnosis. El experimento es muchas veces precedido o acompañado por ceremonias e invo­caciones mágicas, de suerte que es muy proba­ble que la visión que se obtenga pueda ser real­mente algunas veces la de una entidad extraña, y así el fenómeno puede ser, después de todo, un caso de posesión temporal y en modo algu­no de clarividencia.

Clarividencia no intencional
Bajo este título podemos agrupar todos aquellos casos en que las visiones de algún suceso que se esté verificando a distancia, se ven inesperadamente y sin ninguna clase de preparación. Hay personas que son aptas para tales visiones, mientras que hay muchas otras a quienes semejante cosa sólo les pasa una vez en la vida. Las visiones son de todas clases, así como de todos grados de perfección, y aparentemente son pro­ducidas por varias causas. Algunas veces la razón de la visión es patente, y el asunto de la misma de gran importancia; otras veces no se descubre razón alguna, y los sucesos que se muestran parecen de la naturaleza más trivial. Algunas veces estos vislumbres de la facultad suprafísica vienen como visiones en estado de vigilia, y otras se manifiestan durante el sueño, como sueños vívidos o a menudo repetidos. En este último caso la vista empleada es usualmente de la clase asignada a nuestra cuarta subdivi­sión de clarividencia en el espacio; pues el dur­miente ve muchas veces en su cuerpo astral a un punto estrechamente relacionado con sus intereses o afecciones, y simplemente observa lo que tiene lugar allí; en el primer caso parece probable que lo que se pone a contribución es el tipo de clarividencia, por medio de la corriente astral; pero entonces la corriente o tubo es formada de un modo por completo incons­ciente, y es casi siempre el resultado automá­tico de un pensamiento o emoción fuerte, proyectado de un extremo o del otro, bien sea desde el vidente o desde la persona que se ve.

El plan más sencillo será el de exponer algu­nos ejemplos de las diferentes clases, interca­lando las explicaciones que sean necesarias. Stead ha reunido una serie numerosa y variada de casos recientes y auténticos en su Real Ghost Stories, y elegiré algunos de mis ejemplos entre ellos, condensándolos algunas veces para ganar espacio.

Hay casos en que es patente para cualquier estudiante de teosofía, que el ejemplo excep­cional de clarividencia fue especialmente pro­ducido por uno de la asociación que hemos lla­mado de «auxiliares invisibles», a fin de que pudiese ser auxiliado alguno que lo necesitase mucho. A esta clase, indudablemente, perte­nece la historia referida por el capitán Yount, del valle de Napa, en California, al doctor Bush­nelI, quien lo repite en su Nature and the Supernatural:
Hace cosa de seis o siete años, en una noche de mitad del invierno, tuvo un sueño en que vio lo que parecía una partida de emigrantes, detenidos por las nieves de las montañas, y pereciendo rápidamente de frío y hambre. Observó el aspecto mismo del lugar señala­do por el enorme corte perpendicular de una colina de rocas; vio a los hombres cortando lo que parecía copas de árboles que sobresa­lían de profundos abismos de nieve; distin­guió las facciones mismas de las personas, así como el sufrimiento particular de cada uno.
Se despertó profundamente impresionado por la claridad y aparente realidad del sueño. Por fin se durmió y volvió a soñar exacta­mente lo que la primera vez. A la mañana siguiente no podía apartarlo de su imaginación. Encontrándose, poco después, con un antiguo camarada de caza, le refirió la histo­ria, quedando aun más impresionado ante él reconocimiento, sin vacilación, por su ami­go, de la escena del sueño. Este camarada había atravesado la sierra por el paso del valle Carson, y declaró que cierto lugar del paso correspondía exactamente a esta descripción. Ante esto el antisofístico patriarca se deci­dió. Reunió inmediatamente una partida de hombres, con mulas y mantas y todas las pro­visiones necesarias. Los vecinos se reían de su credulidad.
-No importa -decía-, puedo hacer esto y lo hago, pues en verdad creo que los hechos son tales como en mi sueño.
Los hombres fueron enviados a las mon­tañas a una distancia de ciento cincuenta millas, directamente al paso del valle Carson, y allí encontraron la partida exactamente en el estado del sueño, rescatando a las que aún permanecían con vida.»

Puesto que no se dice si el capitán Yount acos­tumbraba tener visiones, parece claro que algún auxiliar, observando el estado desesperado de la partida de emigrantes, llevó a la persona, impresionable y adecuada por otros conceptos, que más cerca estaba (que sucedió ser el capi­tán) al lugar en cuestión, en cuerpo astral, y le despertó lo suficiente para fijar firmemente la escena en su memoria. El auxiliar es posible que construyera una «corriente astral» para el capi­tán; pero lo más probable es que fuera lo pri­mero. De todos modos, el motivo, y sobre todo el método de la obra, son bastante claros en este caso. .

Algunas veces la «corriente astral» puede ponerse en actividad por un fuerte pensamien­to emocional al otro extremo de la línea, y esto puede suceder aun cuando el pensador no ten­ga semejante intención. En la historia, un tan­to sorprendente, que vaya citar, es evidente que el lazo fue formado por el frecuente pensa­miento del doctor en la señorita Broughton; sin embargo, era evidente que no tenía ningún deseo especial de ver lo que ella estaba hacien­do en aquel momento. Que era el tipo de clari­videncia de la «corriente astral» el empleado se demuestra por la fijeza del punto de vista de ella, que se observará no es el punto de vista del doctor, transferido simpáticamente (como pudo haber sido), puesto que ella ve su espal­da sin reconocerle. Este relato se encuentra en los Proceedings oi the Psychical Research Society (vol. II, pág. 160):.
«La señorita Broughton se despertó una noche en 1844 y llamó a su marido, diciéndole que algo terrible había pasado en Fran­cia. Él le rogó que se volviese a dormir y no le importunase. Ella le aseguró que no dor­mía cuando vio lo que insistía en referirle; esto es lo que vio, en una palabra:
Primeramente, el accidente de un carrua­je -que ella no vio por sí misma, sino el resultado-, un coche roto, una multitud reu­nida, una persona levantada con cuidado y llevada a la casa más próxima; luego una figu­ra acostada en una cama, en quien luego reco­noció al duque de Orleans. Gradualmente se reunían amigos alrededor de la cama, entre ellos varios individuos de la familia real, la reina, luego el rey, todos silenciosos, obser­vando con pena al duque evidentemente moribundo. Un hombre (podía ver su espalda, pero no sabía quién era), que era un doctor, esta­ba inclinado sobre el duque tomándole el pul­so, con su reloj en la otra mano y luego todo se desvaneció y no vio más.
Tan pronto como fue de día, escribió en su diario todo lo que había visto. Sucedía esto antes de los días del telégrafo eléctrico, y dos o más días pasaron antes de que el Times anunciara "La muerte del Duque de Orleans" . Al visitar a París algún tiempo después, vio y reconoció el lugar del accidente y recibió la explicación de su visión. El doctor que atendía al moribundo duque era un antiguo amigo suyo, y en aquellos momentos su ima­ginación había estado constantemente ocu­pada con ella y su familia.»

Este es un ejemplo común en el que grandes afecciones forman la necesaria corriente; probablemente transcurre, en estos casos, entre ambas partes, una corriente firme de pensamiento mutuo, y alguna necesidad repentina o peligro inminente, de parte de uno de ellos, dota temporalmente a esta corriente del poder polarizador que se requiere para crear el telescopio astral. Citaremos un ejemplo, que ilustra estos casos, de la misma fuente: Proceedings (vol. 1, pág. 30):
«El 18 de septiembre de 1848, en el sitio de Mooltan, el mayor general R. C. B., entonces ayudante de su regimiento, fue gravísima­mente herido, y suponiéndose moribundo, pidió a un oficial que le sacase la sortija del dedo y se la mandara a su esposa, que enton­ces se encontraba a una distancia de más de ciento cincuenta millas, en Ferozepore.
"En la noche del 9 de setiembre de 1848 -escribe su esposa- me hallaba acostada en la cama, entre vela y sueño, cuando cla­ramente vi a mi marido conducido por el campo de batalla y gravemente herido, y oí su voz que decía:
-Sacadme esta sortija y enviadla a mi esposa.
Todo el siguiente día no pude desechar de mi mente la visión ni la voz.
A su debido tiempo supe por el general R. que había sido peligrosamente herido en el asalto de Mooltan. Sobrevivió, sin embargo, y vive aún. Algún tiempo después del sitio, supe por el general L., el oficial que ayudó a transportar a mi marido fuera del campo de batalla, que efectivamente le había hecho el encargo de la sortija, tal cual lo oí en Fero­zepore en aquel mismo instante.»

Luego hay una clase muy numerosa de visiones clarividentes casuales, que no tienen causa conocida, que aparentemente carecen de todo signi­ficado y no tienen relación alguna reconocible con sucesos conocidos por el vidente. A esta clase pertenece gran parte de los panoramas que ven muchos en el momento de dormirse. Cito un relato muy interesante y realista de una experiencia de esta clase, de W. T. Stead, en su Real Ghost Stories:
«Me acosté en la cama, pero no pode dor­mirme. Cerré los ojos y esperé que viniera el sueño; sin embargo, en lugar de éste llegó una sucesión de cuadros clarividente s curio­samente vívidos. No había luz en la habita­ción, la cual estaba perfectamente a oscuras; yo también tenía los ojos cerrados. Pero a pesar de la oscuridad, tuve repentinamente conciencia de estar mirando una escena de hermosura singular. Era como si viese una miniatura viviente del tamaño de un cuadro de una linterna mágica. En este momento puedo recordar la escena como si la viese de nuevo. Era un trozo de costa. La luna brillaba sobre las aguas, cuyas olas morían len­tamente en la playa. Precisamente enfrente de mí se extendía un muelle dentro del agua. A cada lado del muelle levantábanse sobre el nivel del mar rocas irregulares. En la playa había varias casas cuadradas y toscas, que no se parecían a nada de lo que había visto de arquitectura. Nadie se movía, pero la luna estaba allí, y el mar, y el resplandor de la luna sobre sus agitadas aguas, tal como si estuviera mirando la escena real.

Era tan bello, que recuerdo haber pensado que si continuase, tan interesado me halla­ba en mirar, que no me dormiría nunca. Yo estaba completamente despierto y, al mismo tiempo que veía la escena, oía claramente el ruido de la lluvia sobre los cristales de la ventana. Luego, repentinamente, sin objeto ni razón alguna aparentes, la escena cambió.

Desapareció el mar iluminado por la luna, y en su lugar me encontré mirando en el inte­rior de un salón de lectura. Parecía como si por el día hubiese servido de escuela y se des­tinase por la noche a salón de lectura. Recuer­do haber visto un lector que tenía una curio­sa semejanza con Tim Harrington, aunque no era él, quien con una revista o libro en la mano se reía. No era un cuadro, era la realidad.

La escena era exactamente como si estu­viera mirando por unos gemelos de teatro; veía el juego de los músculos, el brillo de los ojos, todos los movimientos de las personas desconocidas del lugar, no menos descono­cido, que estaba mirando. Veía todo sin abrir los ojos, ni éstos tenían relación alguna con la visión. Estas cosas se ven como si fuera con otro sentido que está más bien dentro de la cabeza que no en los ojos.

Esto fue una experiencia muy pobre y vul­gar, pero me permitió comprender cómo ven los clarividentes mejor que todo género de explicaciones.
Los cuadros no tenían razón alguna de ser; no habían sido sugeridos por nada que hubiese leído ni de que hubiese hablado; se presentaron simplemente como si hubiese estado mirando por un cristal lo que estaba pasando en alguna parte del mundo. Tuve tiempo de echar una ojeada, y pasó, y no he vuelto a tener experiencia alguna de esta clase.»

Stead considera esto como una «experiencia pobre y vulgar», y puede quizá serIo, compara­da con posibilidades mayores; sin embargo, conozco muchos estudiantes que se considerarían muy afortunados con poder referir una experiencia personal semejante.
Por pequeña que en sí sea, proporciona des de luego al vidente la clave de toda la cosa, y la clarividencia sería una realidad viviente para cualquier hombre que viera otro tanto, de un modo que no hubiera podido realizarse sin este contacto con el mundo invisible.

Estos cuadros eran demasiado claros para ser meras reflexiones del pensamiento de otros; y, por otra parte, la descripción demuestra, sin genero de duda, que eran vistas contempladas a través de un telescopio astral; de suerte que o bien Stead puso en actividad inconscientemen­te una corriente, o (mucho más probable) algu­na amable entidad astral la puso en movimien­to por él, proporcionándole, para entretener un rato de fastidiosa espera, cualquier cuadro que estuviese a mano al otro extremo del tubo.

CLARIVIDENCIA EN EL TIEMPO
La clarividencia en el tiempo -esto es, el poder de ver en el pasado y en el futuro- como todas las demás variedades, la poseen diferentes per­sonas en grados muy diversos, desde el hombre que domina por completo ambas facultades, has­ta aquel que sólo obtiene, ocasional e involuntariamente, vislumbres o reflexiones imperfec­tos de las escenas de otros tiempos. Una persona de esta última clase puede tener, por ejemplo, una visión de algún suceso del pasado, pero esta­ría sujeta a grandes errores, y aun cuando suce­diese que viera con bastante exactitud, sería, casi con seguridad, un cuadro aislado, que cier­tamente no podría relacionar con algo que hubie­ra ocurrido antes o después, ni explicar cual­quier cosa extraordinaria que pudiese ver en él. Por el contrario, el hombre experto podría seguir el drama relacionado con el cuadro, ya fuera hacia atrás o hacia adelante, en cualquier extensión de tiempo que deseare, y encontrar con igual facilidad las diferentes causas que lo habían originado, así como los resultados que a su vez habría de producir.

Probablemente nos será más fácil compren­der esta sección, algo difícil de nuestro tema, si la consideramos en las subdivisiones que natu­ralmente sugiere, y tratamos primeramente de la visión que se refiere al pasado, dejando para un examen posterior la que pasa a través del velo del futuro. En ambos casos será conveniente que tratemos de comprender lo que podamos del modus operandi, aun cuando sólo alcancemos un éxito muy mediano, debido en primer térmi­no a la información imperfecta de algunas par­tes del asunto, que actualmente disponen nues­tros investigadores; y en segundo lugar, a la constante imposibilidad de expresar en el len­guaje ordinario de la palabra física, una centé­sima parte de lo poco que realmente sabemos acerca de los planos y facultades superiores.

El pasado
En el caso, pues, de una visión detallada del remoto pasado, ¿cómo se obtiene y a qué plano de la naturaleza pertenece realmente? La con­testación a estas preguntas trato de dada lo mejor que puedo mi estudio sobre los anales del pasa­do. Los lectores pueden, desde luego, consultar dicho trabajo en El aura y los anales akáshicos, de modo que no es necesario repetir aquí lo que ya queda escrito, aunque insertaré en él, en este punto, algunos extractos, a fin de reunir en este pequeño volumen un bosquejo bastante completo de lo que actualmente sabemos del asunto. Pero téngase siempre presente que esta infor­mación que poseemos es imperfecta, y que además hay muchas consideraciones que nos impiden seriamente comunicarla, aun así, por completo.

En resumen, semejante visión tiene que ser, bien una vislumbre directa o una reflexión de esa gran memoria de la Naturaleza que ha sido llamada en nuestra literatura los anales akáshicos; y el plano más bajo en el cual se puede alcanzadas de un modo claro y exacto es el men­tal, al paso que en el astral sólo se tienen muy a menudo reflexiones parciales más o menos desnaturalizadas. Como siempre, vemos ejem­plos de todos los grados del poder de ver estas cosas, desde el hombre ejercitado que puede consultar tales anales a voluntad, hasta la per­sona que sólo obtiene vagas vislumbres cir­cunstanciales, o que quizá haya tenido tan sólo una de semejantes vislumbres.

Cualquiera puede imaginarse las espléndidas posibilidades que se abren ante el hombre que esté en completa posesión de este poder. Tiene ante sí un campo de investigación histórica del mayor interés. No sólo puede pasar revista cómodamente a toda la historia que conocemos, corrigiendo a medida que la examina los muchos errores y falsas interpretaciones de que adole­cen los relatos que nos han sido transmitidos, sino que también puede a voluntad pasar revis­ta a toda la historia del mundo desde su prin­cipio, observando el lento desarrollo de la in­teligencia en el hombre, el descenso de los Señores de la Llama, y el crecimiento de las poderosas civilizaciones que fundaron. .

Ni tampoco se limitaría este estudio sólo al progreso de la humanidad; ante él tendrá, como en un museo, todas las formas animales y vegetales extrañas que se mostraban en escena cuan­do el mundo era joven; podría seguir todos los maravillosos cambios geológicos que se han verificado y observar el curso de los grandes cataclismos que cambiaron toda la faz de la tie­rra una y otra vez.

Hasta el hombre que sólo posee esta facultad parcial y circunstancialmente, la encuentra del más profundo interés. El psicómetra que nece­sita de un objeto relacionado físicamente con el pasado, a fin de traer éste otra vez a la vida a su alrededor, Y el que mira a través de cristales al que le es posible algunas veces dirigir su menos seguro telescopio astral a alguna escena histó­rica de hace mucho tiempo, pueden obtener los mayores goces con el ejercicio de sus respec­tivos dones, aun cuando no comprendan bien cómo se producen estos resultados, y no pue­dan tenerlos siempre que quieran a su disposi­ción en toda circunstancia. En muchos de los casos de manifestaciones inferiores de este poder, vemos que se practican inconsciente­mente; muchos de los que observan mediante cristales ven escenas del pasado, sin poder dife­renciarlas de visiones del presente, y muchas personas vagamente psíquicas ven presentarse constantemente ante ellos cuadros, sin llegar nunca a darse cuenta de que les están sirviendo de instrumentos de su facultad psicométrica los diversos objetos que se hallan a su alrededor cuando los tocan o se aproximan a ellos.

Una interesante variedad de esta clase de psí­quicos, es el hombre que sólo puede psicome­trizar personas y no objetos inanimados; de manera que semejante psíquico, cuando es pre­sentado a un desconocido, ve muchas veces como una ráfaga algún suceso prominente de su vida pasada, aunque en otras ocasiones no recibirá ninguna impresión especial. Más raros son los que tienen visiones detalladas del pasa­do de todas las personas que ven. Quizás uno de los mejores ejemplos de esta clase fue el del escritor alemán Zschokke, quien describe en su autobiografía el poder extraordinario que se encontraba en su posesión. Dice:

«Me ha sucedido algunas ocasiones, que la primera vez que veía a una persona que me era completamente desconocida, y después de escuchar en silencio su conversación, se presentaba ante mí como en un sueño su vida pasada hasta el momento presente, con muchos detalles minuciosos referentes a una u otra escena particular de ella; y esto de un modo claro y completamente involuntario, y durando unos minutos.
Por mucho tiempo consideré estas rápidas visiones-sueños como jugarretas de mi fan­tasía, tanto más cuanto que tales visiones me presentaban el vestido y los movimientos de los actores, la aparición de la habitación, los muebles y otras circunstancias de la esce­na; hasta que en una ocasión, con animo de bromear, referí a mi familia la historia secre­ta de la costurera que acababa de salir de la habitación. Jamás la había visto hasta enton­ces. Sin embargo, los oyentes se quedaron sorprendidos, se rieron y no quisieron creer que yo no conocía la vida pasada de aque­lla mujer, porque todo lo que yo había dicho era perfectamente cierto.

No fui yo el menos sorprendido de que mi visión-sueño estuviese de acuerdo con la rea­lidad. Entonces presté más atención al asun­to, y cuantas veces lo permitían las circuns­tancias, refería a aquellos cuyas vidas habían pasado ante mi vista, la sustancia de mi visión-sueño, a fin de obtener de ellos una rectificación o una confirmación. En todas ocasiones obtuve una confirmación, no sin profunda sorpresa de parte de los que me la daban.

Cierto día fui a la ciudad de Waldshot acampanado de dos jóvenes deportistas que aún viven. Era al oscurecer, y cansados de nuestra caminata entramos en una posada llamada La vid. Cenamos en numerosa com­pañía en una mesa redonda, y en cierto momento empezaron a burlarse de las par­ticularidades y sencillez de los suizos en relación con su creencia en el magnetismo, en el sistema fisionómico de Lavater, y cosas por el estilo. Uno de mis compañeros, cuyo orgu­llo nacional se sintió ofendido de sus burlas, me rogó que les dijese algo, particularmen­te a un joven de superior apariencia, sentado enfrente de nosotros, y que más marcada­mente les había ridiculizado.

Precisamente ocurrió que los sucesos de la vida de esta persona habían pasado hacía poco ante mi mente. Me dirigí a él con la pre­gunta de si me contestaría con toda sinceridad si yo le refería los pasajes más secretos de la historia de su vida; siendo él tan desconocido para mí como yo para él.

-Esto -dije- iría más lejos que toda la habilidad fisonómica de Lavater.
Prometió que si decía la verdad la admi­tiría francamente. Entonces referí los suce­sos que mi visión me había sugerido, y todos los que había en la mesa supieron la vida del joven comerciante: sus años de estudiante, sus pecadillos y, finalmente, un acto delictivo cometido por él en la caja de caudales de su patrón. Describí la desierta habitación con sus blancas paredes, en donde a la derecha de la puerta de entrada se hallaba sobre una mesa la pequeña caja negra del dinero, etc. El hombre, sumamente sorprendido, admi­tió la exactitud de todas las circunstancias, hasta esta última misma, cosa que no era de esperar.»
¡Y después de referir este suceso, el digno Zschokke prosigue tranquilamente a conside­rar, si después de todo, esta notable facultad, que tan a menudo había ejercitado, no sería real­mente la resultante de una mera coincidencia casual.. . !
Relativamente pocos son los relatos que se encuentran de personas que posean esta facul­tad de ver en el pasado, en la literatura del asun­to, y por tanto, pudiera suponerse que es mucho menos común que las de previsión. Sospecho, sin embargo, que la verdad es, más bien, que esta facultad es mucho menos comúnmente reconocida. Como he dicho antes, puede suce­der muy fácilmente que una persona pueda ver un cuadro del pasado sin reconocerlo como tal, a menos que haya en él algo que le llame espe­cialmente la atención, tal como un hombre con armadura o con vestidos antiguos. También la previsión puede no ser siempre reconocida como tal en el momento; pero la realización del suce­so previsto la recuerda vívidamente, al mismo tiempo que manifiesta su naturaleza, de suerte que no es probable que pase inadvertida. Por tanto, puede muy bien suceder que las vislum­bres ocasionales de estas reflexiones astrales de los anales akáshicos, sean más comunes que lo que lo hacen suponer los relatos publicados.

El porvenir
Sobre este punto también remito a los lectores al trabajo mencionado antes. En él indico algo acerca de las predicciones, sobre su posibilidad, y cómo pueden explicarse. Trato de indicar cómo en el plano mental la mente libre puede fácil y rápidamente calcular el porvenir, y cómo en el plano búdico una facultad superior aun puede penetrarlo sin cálculos. El modo cómo funciona esta facultad superior es, naturalmen­te, por completo incomprensible para el cere­bro físico; sin embargo, alguna que otra vez podemos tropezar con una alusión que parece que nos aproxima algo a una vaga posibilidad de comprensión. Una de estas alusiones fue hecha por el doctor Oliver Lodge, en su discurso a la Asociación Británica de Cardiff. Dijo:
«Una idea luminosa y auxiliar, es la de que el tiempo no es más que un modo relativo de considerar las cosas; progresamos por medio de los fenómenos con cierta rapidez definida, y este avance subjetivo lo interpretamos de un modo objetivo, como si los sucesos marchasen necesariamente en este orden y a este paso preciso. Pero esto puede ser sólo un modo de considerarlos. Los sucesos pue­den estar, en cierto sentido, siempre existen­tes, tanto en el pasado como en el futuro, y puede ser que seamos nosotros los que lle­gamos a ellos, y no ellos los que se verifican. La analogía de un viajero en un ferrocarril, es útil; si no se pudiese abandonar nunca el tren ni cambiar su marcha, es muy probable que se consideraran los paisajes como necesariamente sucesivos, y no sé podría conce­bir su existencia.

... Percibimos, por tanto, un aspecto posi­ble de cuatro dimensiones acerca del tiem­po, y lo inexorable de su curso puede ser una parte natural de nuestras limitaciones presentes. Y si llegamos a comprender la idea de' que el pasado y lo futuro pueden existir actualmente, podríamos reconocer que ten­gan una influencia determinante en toda acción presente, constituyendo los dos jun­tos el "plano superior" o totalidad de las cosas, las cuales, a mi parecer, nos vemos impulsados a buscar, en relación con la dirección de la forma o determinismo, y la acción de los seres vivos, conscientemente dirigida a un fin definido y preconcebido.»
El tiempo no es en realidad la cuarta dimensión en modo alguno; sin embargo, el considerado por un momento desde este punto de vista, es una ligera ayuda para comprender lo incom­prensible. Supongamos que tenemos un cono de madera apoyado por el vértice y perpendi­cularmente sobre una hoja de papel, y que len­tamente lo empujamos a través de la misma. Un microbio que viviese en la superficie de esta hoja de papel, y que no pudiese concebir nada fuera de esta superficie, no sólo no podría ver nunca el cono como un todo, sino que no podría formar ninguna clase de concepto de semejan­te cuerpo. Todo lo que vería sería la aparición repentina de un diminuto círculo, el del vértice, el cual se agrandaría más y más de un modo gra­dual y misterioso, hasta que desaparecería de su mundo tan repentina e incomprensiblemente como se había presentado.

Así, lo que en realidad sería una serie de sec­ciones del cono, le parecerían ser estados suce­sivos en la vida de un círculo, y le sería impo­sible asir la idea de que estos estados sucesivos podían verse simultáneamente. Sin embargo, es, por supuesto, cosa fácil para nosotros, mirando el asunto desde otra dimensión, el ver que el microbio está sencillamente bajo una ilusión derivada de sus propias limitaciones, y que el cono existe como un todo. Nuestra propia ilu­sión respecto del pasado, presente y futuro es, probablemente, semejante, y la vista que se obtiene de cualquier serie de sucesos desde el plano búdico, corresponde a la vista del cono como un todo. Naturalmente, cualquier intento de explicar esta indicación nos conduciría a una serie de paradojas sorprendentes; pero el hecho, sin embargo sigue siendo tal hecho, y llegará la hora en que será claro como el día a nuestra comprensión.

Cuando la conciencia del discípulo está por completo desarrollada en el plano búdico, la visión perfecta es, por tanto, posible para él, aun cuando no pueda -y seguramente no podrá- aportar a esta vida todo el resultado de su visión por completo y en orden. Sin embargo, es evidente que en sus facultades resi­de una gran parte de clara presciencia siempre que desee ejercitarla; y hasta cuando no la ejer­cita, vienen a él durante su vida ordinaria fre­cuentes ráfagas de conocimiento previo, de modo que muchas veces tiene la intuición ins­tantánea de los sucesos futuros, aun antes de iniciarse.

Fuera de esta previsión perfecta, vemos como en los casos anteriores, que existen todos los grados de este tipo de clarividencia, desde los vagos presentimientos ocasionales que no pue­den llamarse visión, hasta la segunda vista fre­cuente y bastante completa. La facultad a la que se ha dado este último nombre, en parte erró­neo, es muy interesante, y compensaría bien un estudio más atento y sistemático que el que has­ta ahora se le ha dedicado. Nos es más conoci­da como propiedad bastante frecuente de los montañeses de Escocia, aun cuando en modo alguno se limita a ellos. En casi todas las nacio­nes se han presentado ejemplos circunstancia­les, pero ha sido siempre más común entre los montaneses y hombres de vida solitaria. Entre nosotros, en Inglaterra, se la menciona a menu­do como si fuera don exclusivo de la raza cel­ta; pero en realidad ha aparecido en todo el mun­do entre gentes colocadas en análoga situación; por ejemplo, se dice que es muy común entre los aldeanos de Westphalia.

Algunas veces la segunda vista consiste en un cuadro, prediciendo claramente algún suce­so futuro; quizá con más frecuencia se reciba la vislumbre del porvenir por medio de una apa­riencia simbólica. Es de notar que los sucesos que se predicen son invariablemente desagra­dables, siendo la muerte el más común de ellos; no recuerdo un solo ejemplo de segunda vista que no haya sido de la más sombría naturaleza. Tiene un simbolismo horripilante que es pecu­liar suyo, un simbolismo de mortajas, cande­leros mortuorios y otros horrores funerarios. En algunos casos parece que hasta cierto punto depende de la localidad, porque se dice que los habitantes de la isla de Skye, que poseen esta facultad, la pierden las más de las veces cuan­do dejan la isla, aunque no sea sino para pasar al continente. El don de está vista es algunas veces hereditario en una familia durante gene­raciones; pero ésta no es una regla invariable, pues a menudo aparece de un modo esporádico en un individuo de una familia, libre por otra parte de su lúgubre influencia.

En el trabajo a que he hecho referencia, se dio un ejemplo de una visión clara de un suce­so futuro, con algunos meses de antelación. Yo expuse otro quizá más sorprendente, exacta­mente como me había sido referido por uno de los actores de la escena en otro lugar de este trabajo. Pueden reunirse por docenas ejemplos de análoga naturaleza. Respecto de la variedad simbólica de esta vista, se asegura comúnmente entre los que la poseen, que si al ver una per­sona viva ven el fantasma de una mortaja envol­viéndole, es un pronóstico seguro de su muer­te. La fecha de la muerte está indicada, bien por la extensión en que la mortaja cubre el cuerpo, o por la hora del día en que se ve la visión; pues si es por la mañana temprano, dicen que el hom­bre morirá en el mismo día; pero que si es después de anochecer, entonces sucederá dentro del año.

Otra variante (y bastante notable) de la for­ma simbólica de la segunda vista, es cuando se presenta al vidente la aparición sin cabeza de la persona cuya muerte se predice. Un ejemplo de esta clase se da en Signs before Death (Seña­les antes de la muerte), como ocurrido en la familia del doctor Fenier, aunque en este caso, si no recuerdo mal, la visión no ocurrió hasta la hora de la muerte, o muy cerca de ella.

Sin contar los videntes que de un modo regu­lar poseen cierta facultad, aun cuando no siem­pre dominen por completo sus manifestaciones, existe además un gran número de ejemplos ais­lados de previsión en gentes en quienes esta facultad nada tiene de regular. Quizá ocurra la mayor parte de ellos en sueños, por más que abundan los ejemplos de visión en estado de vigilia. Algunas veces la previsión se refiere a un suceso de verdadera importancia para el vidente, justificándose así el trabajo que se ha tomado el ego en imprimirla. En otros casos el suceso es de los que no tienen importancia apa­rente, o no está relacionado en modo alguno con la persona que ha tenido la visión. Algunas veces es evidente que la intención del ego (o de la enti­dad que se comunica, cualquiera que sea) es avi­sar al yo inferior de la aproximación de algu­na calamidad, bien sea para que la prevenga, o si esto no es posible, para que el golpe no sea tan rudo con la preparación.

El suceso que con más frecuencia se predice de este modo es, quizá, naturalmente, la muer­te; algunas veces la muerte del vidente mismo, otras la de alguien que le es querido. Este tipo de previsión es tan común en la literatura sobre el asunto, y su objeto es tan patente, que casi no necesitamos presentar ejemplos de él; sin embar­go, uno o dos casos en los que la vista profética, bien que evidentemente útil, ha sido, no obs­tante, de un carácter menos sombrío, quizás interesen a nuestros lectores. El que sigue está tomado del libro Night Side of Nature, pág. 72, de la sencilla señora Crowe.
«Hace pocos años que el doctor Watson, que actualmente reside en Glasgow, soñó que reci­bía un aviso para ir a ver a un cliente en un lugar distante unas millas de donde él vivía; montó a caballo y al atravesar un campo vio un toro que se dirigía hacia él furiosamen­te, y de cuyos cuernos escapó refugiándose en un sitio inaccesible para el animal, en don­de estuvo esperando largo tiempo hasta que algunas personas, observando su situación, vinieron en su ayuda y le libertaron.
A la mañana siguiente, mientras tomaba su desayuno, vino el aviso, y sonriéndose de la coincidencia (según él la creía) montó a caballo. Desconocía por completo el camino por donde debía ir, pero no tardó en llegar al campo, que reconoció, presentándose acto seguido el toro que se dirigía a escape sobre él. Pero su sueño le había enseñado el lugar de refugio, hacia el cual corrió sin vacilar, y allí pasó tres o cuatro horas sitiado por el ani­mal, hasta que lo libertaron algunos aldea­nos. El doctor Watson declara que, de no haber sido por el sueño, no hubiera sabido dónde refugiarse.»

Otro caso en el cual hubo un intervalo mucho mayor entre el aviso y su realización, lo pre­senta el doctor F. G. Lee en Glimpses 01 the Supematural, vol. 1, pág. 240:
«La señorita Hannah Groen, ama de llaves de una familia de labradores en Oxfordshire, soñó una noche que la habían dejado sola en la casa un domingo por la noche, y que oyendo que llamaban a la puerta de la entrada principal, fue a abrir y se encontró un individuo de muy mala catadura, armado de un palo a modo de cachiporra, que insistía en penetrar en la casa. Luchó con él durante algún tiempo para impe­dirle la entrada, pero sin resultado, pues reci­bió un golpe que la hizo caer en tierra sin sen­tido, penetrando el hombre en la casa. En este momento despertó.
Como nada sucedió durante un largo perí­odo de tiempo, el sueño fue pronto olvidado, y según ella aseguraba, se le había borrado por completo de la mente. Sin embargo, sie­te años después, esta misma ama de llaves quedó a cargo, con otros dos criados, de una mansión aislada en Kensington (que después fue la residencia en la ciudad de la familia), cuando un domingo por la noche, en que los otros dos criados habían salido dejándola sola, sintió que llamaban fuertemente a la puerta.
Repentinamente vino a su memoria el recuerdo del sueño con viveza y fuerza singulares, y lamentó grandemente su aisla­miento. Obrando, pues, con prudencia, y después de encender una lámpara en la mesa del vestíbulo -durante cuyo acto se repitió Con fuerza la llamada-, tomó la precaución de subir a una mesita de la escalera y abrir una ventana, y desde allí, con gran espanto suyo, vio en la calle al hombre que algunos años antes había visto en su sueño, armado de una cachiporra, y pidiendo que le abriera.
Con gran presencia de ánimo bajó a la entrada principal, aseguró mejor aquella y otras puertas y ventanas, y luego empezó a tocar violentamente las diversas campanillas de la casa, y encendió luces en las habita­ciones superiores. Se supuso que estos actos pusieron en fuga al intruso.»

Es evidente que también en este caso el sueño tuvo una utilidad práctica, pues a no ser por él, la digna ama de llaves hubiera, sin duda algu­na, por la fuerza misma de la costumbre, abier­to la puerta del modo ordinario en contestación a la llamada.
Sin embargo, no sólo en sueños imprime el ego en su yo inferior lo que cree que le convie­ne saber. En los libros hay muchos ejemplos que confirman esto; pero en lugar de citar de ellos, expondré un caso que me fue referido hace unas pocas semanas por una señora amiga mía; un caso que si bien no está rodeado de incidentes románticos, tiene el mérito de ser nuevo.

Mi amiga, pues, tiene dos hijas pequeñas y hace poco tiempo la mayor cogió (según se supu­so) un fuerte constipado, y sufrió durante algu­nos días una obstrucción completa en la parte superior de la nariz. La madre no se preocupó de esto, esperando que pasaría pronto, hasta que un día vio repentinamente ante ella, en el aire, lo que describe como un cuadro de la sala de un hospital, en donde yacía en una cama su hija mayor aparentemente insensible, con un paño manchado de sangre bajo la mejilla. La cuidaba un doctor y un enfermero, y la madre tuvo la impresión de que se acababa de sufrir una ope­ración relacionada con la nariz. Los detalles más minuciosos de la escena se le presentaron cla­ros, y observó particularmente que la niña tenía puesta una camisa de noche blanca, mientras que ella sabía que todos los vestidos de esta clase de su pequeña hija eran de color de rosa.

Esta visión la impresionó considerablemen­te y le sugirió por primera vez la idea de que su hija tuviese algo más grave que un constipa­do, y así la llevó a un hospital para que la exa­minaran. El cirujano que la reconoció descubrió una excrecencia de mal carácter en la nariz, que dijo había que extirpar inmediatamente. La niña fue subida al piso superior, puesta en la cama (con una camisa de noche blanca), y la opera­ción se ejecutó, reproduciéndose exactamente todas las circunstancias de la visión.

En todos estos casos la previsión consiguió su resultado; pero los libros están llenos de rela­tos de avisos descuidados o no tenidos en cuen­ta, y de los desastres que consiguientemente se seguían. Algunas veces el aviso lo recibe alguien que prácticamente no puede intervenir en el asunto, como en el ejemplo histórico en que John Williams, un director de minas en Com­wall, previó con los más minuciosos detalles, ocho o nueve días antes de que sucediera, el ase­sinato de Spencer Perceval, el entonces minis­tro de Hacienda, en el Congreso de Diputados. Aun en este caso, sin embargo, también hubie­ra quizá sido posible hacer algo; pues según lee­mos, el señor Williams se impresionó de tal modo que consultó a sus amigos sobre si debía ir a Londres a prevenir a Perceval. Desgracia­damente le disuadieron y el asesinato se veri­ficó. No parece muy probable que aun cuando hubiese ido a la capital y referido su historia, le hubieran hecho gran caso; sin embargo, existía la posibilidad de que se hubiesen tomado algu­nas precauciones que hubieran podido impe­dir el asesinato.

Hay poco que nos demuestre a qué acción particular de los planos superiores se debió esta curiosa visión profética. Los individuos se des­conocían por completo, de suerte que no fue causada por ninguna estrecha simpatía entre ellos. Si fue una tentativa de parte de algún auxi­liar (de la hueste de auxiliares en el plano astral) para impedir la catástrofe, parece extraño que no se encontrase a nadie lo suficientemente sen­sitivo más cerca que Comwall. Quizá Williams, estando en el plano astral durante el sueño, per­cibió de algún modo esta reflexión del futuro, y horrorizado naturalmente por ella la transmitió a su mente inferior con la esperanza de que pudiera hacer algo para impedida; pero es impo­sible precisar exactamente el caso sin examinar los anales akáshicos para ver lo que realmente tuvo lugar.

Un ejemplo típico de la previsión que carece absolutamente de objeto, es el referido por Stead en su Real Ghost Stories, de su amiga la seño­rita Freer, generalmente conocida como Miss X. Esta señora, estando en su casa de campo, y hallándose bien despierta y perfectamente cons­ciente, vio una vez un carro tirado por un caba­llo blanco y ocupado por dos forasteros, uno de los cuales se apeó y empezó a acariciar a un perro. Vio que llevaba un ulster, así como también observó especialmente las señales que deja­ron las ruedas en la arena. Sin embargo, en aquel momento no había por allí carro alguno; pero media hora después dos forasteros llegaron efec­tivamente en tal vehículo, cumpliéndose exactamente todos los detalles de la visión. Stead, cita seguidamente otro ejemplo de previsión sin objeto, en el cual entre el sueño (pues en este caso fue un sueño) y su realización, transcu­rrieron siete años.

Todos estos ejemplos, elegidos al azar entre cientos, demuestran que es indudablemente posi­ble cierta previsión en el ego; y semejantes casos sucederían, sin duda alguna, con mucha más fre­cuencia, si no fuera por la extrema densidad y falta de sensibilidad de los vehículos interiores de la mayor parte de lo que llamamos humani­dad civilizada; defectos causados principalmente por el materialismo práctico grosero de la épo­ca presente. No me refiero a profesión alguna materialista, sino al hecho de que en todos los asuntos prácticos de la vida diaria, casi todos se guían tan solamente por consideraciones de inte­rés mundano en alguna forma u otra.

En muchos casos el ego mismo puede ser poco desarrollado, y resultar, por tanto, su pre­visión muy vaga; en otros puede ver con clari­dad, pero ser sus vehículos inferiores tan poco sensibles, que todo lo más que puede conseguir es transmitir al cerebro físico la impresión inde­finida de un desastre próximo. Además hay casos en los que la advertencia no es en modo alguno obra del ego, sino de una entidad distinta, que por alguna razón se toma interés por la persona que percibe la sensación. En la obra antes cita­da, el doctor Stead nos refiere la seguridad que sintió, con algunos meses de anticipación, de que quedaría a su cargo la Pall Mail Gazette, aunque desde el punto de vista ordinario nada parecía menos probable. Si este conocimiento previo fue el resultado de una impresión hecha por su propio ego, o fuera alguna indicación amiga de algún otro, es imposible decido sin una investigación definida; pero su confianza en ello fue plenamente justificada.

Hay otra variedad de clarividencia que no debe dejarse sin cuestionar. Es relativamente rara, pero se registran de ella bastantes ejem­plos para llamar nuestra atención, por más que, desgraciadamente, entre los detalles que se dan, no se ven, por lo general, aquellos que se requie­ren para poder determinar con certeza. Me refie­ro a los casos en que se han visto ejércitos espec­trales o ganados fantasmas. En The Night Side Of Nature, hay relatos de tales visiones. Se nos refiere cómo en Havarah Park, cerca de Ripley, fue visto por personas respetables, un cuerpo de soldados con uniforme blanco, en número de varios cientos, hacer diversas evoluciones y luego desvanecerse; y cómo algunos años antes un ejército ilusorio semejante fue visto en las cer­canías de Invernes, por un respetable agricultor y su hijo.

En este caso también el número de soldados era muy grande, y los espectadores no abriga­ban, al principio, la menor duda de que eran formas sustanciales de carne y hueso. Conta­ron por lo menos dieciséis pares de columnas, y tuvieron tiempo sobrado para observar todos los detalles. Las filas del frente marchaban de siete en fondo, y estaban acompañadas de muchas mujeres y niños, que llevaban cacero­las de estaño y otros útiles de cocina. Los hom­bres vestían de encarnado y sus armas brilla­ban al sol. En medio de ellos había un animal, un venado o un caballo, no pudieron distinguir cuál de los dos, al que empujaban furiosamen­te con sus bayonetas.

El más joven de los dos hombres hizo al otro la observación de que de vez en cuando las filas de atrás tenían que correr para alcanzar la van­guardia; y el más viejo, que había sido soldado, le dijo que tal sucedía siempre, y le recomendó que si alguna vez servía, tratase de ir siempre al frente. Sólo había un oficial montado, jinete en un caballo tordo de dragones, y que llevaba un sombrero con galones de oro y uniforme azul de húsar, con mangas abiertas guarnecidas de. encarnado. Los dos espectadores lo observaron tan particularmente, que dijeron después que podían reconocerle en cualquier parte. Sin embargo, temieron ser maltratados u obligados a seguir a las tropas, que supusieron habían veni­do de Irlanda y desembarcado en Kyntyre, y mientras se subían a un carro para evitar su encuentro, toda la escena desapareció.

Un fenómeno por el estilo fue observado en los primeros años de este siglo en Paderborn, Westfalia, y visto por lo menos por treinta per­sonas; pero como algunos años más tarde tuvo lugar en aquel mismo sitio una revista de vein­te mil hombres, se dedujo que la visión debía haber sido alguna clase de segunda vista: una facultad bastante común en aquel distrito. Se citan otros casos en que se han visto en ciertos caminos ganados de ovejas espectrales, y hay, por supuesto, varias historias alemanas de cabal­gatas fantasmales de cazadores y bandidos.

Ahora bien; en estos casos, como tan a menudo sucede en la investigación de los fenó­menos ocultos, existen varias causas posibles, cualquiera de las cuales sería apta para oca­sionar los sucesos observados; pero en la carencia de informes más completos, no puede hacerse otra cosa que conjeturar acerca de cuáles de entre estas causas posibles operaban en cada ejemplo.

La explicación que generalmente se da (cuan­do no se ridiculiza todo el relato como una fal­sedad) es que lo que se ve es la reflexión, por espejismo, de los movimientos de un cuerpo verdadero de tropas que se verifican a distancia considerable. Yo mismo he visto el espejismo ordinario en diversas ocasiones, y conozco, por tanto, algo de sus maravillosos poderes de ilu­sión; pero me parece que se necesitarla alguna variedad completamente nueva de espejismo, muy distinta de las conocidas hasta ahora por la ciencia, para explicar estas historias de ejér­citos fantasmas, que pasan a unos pocos metros del espectador.

En primer término pueden ser, como en el caso de Westfalia antes mencionado, simples ejemplos de previsión en escala gigantesca; por quién arreglados y con qué objeto, no es fácil de adivinar. También pueden muchas veces per­tenecer al pasado en lugar de al porvenir, y ser efectivamente reflexiones de escenas de los ana­les akáshicos; aunque también en este caso la razón y motivo de semejante reflexión no están claros. Hay muchas tribus de espíritus de la natu­raleza capaces, si por alguna razón lo deseasen hacer, de producir semejantes apariciones por medio de sus maravillosos poderes para ilusio­nar, y semejantes actos estarían muy en armo­nía con su tendencia a mistificar e impresionar a los seres humanos. Otra posibilidad es de que en algunos casos lo que ha sido tomado por sol­dados eran simplemente los espíritus de la natu­raleza mismos, ejecutando algunas evoluciones ordenadas en que tanto se divierten, aunque hay que admitir que éstas rara vez son de un carác­ter que pueda confundirse con las maniobras militares, excepto por los más ignorantes.

Los soldados son probablemente, en la mayor parte de los ejemplos, simples anales; pero hay casos como el de «los cazadores salvajes» de la historia alemana, que pertenecen a una clase completamente distinta de fenómenos, que está por completo fuera de nuestro asunto presente. Los estudiantes de lo oculto están familiariza­dos con el hecho de que las circunstancias que rodean cualquier escena de terror o pasión inten­sa, tales como un asesinato excepcional horri­ble, tienden a reproducirse de vez en cuando en una forma en que se requiere muy poco desa­rrollo de facultad psíquica para poder ver, y ha sucedido algunas veces que varios animales han formado parte del escenario del suceso, y por consiguiente ellos también son periódicamente reproducidos por la acción de la conciencia cul­pable del asesino. Probablemente, sea cualquiera el fundamento verdad que tengan estos relatos de jinetes espectrales y partidas de caza, pue­den c1asificarse en esta categoría.

MÉTODOS DE DESARROLLO
Cuando un hombre se convence de la verdad del valioso poder de la clarividencia, su primera pregunta es generalmente: «¿Cómo podré yo desa­rrollar esta facultad que se dice está latente en todos los hombres?»

Ahora bien; el hecho es que hay muchos métodos por los cuales puede desarrollarse, pero no hay más que uno que se pueda recomendar sin peligro como de uso general, el cual men­cionaremos el último de todos. Entre las nacio­nes menos avanzadas del mundo, el estado de clarividencia ha sido producido de diversos medios, todos censurables; entre las tribus no arias de la India, por el empleo de drogas into­xicantes, o por la aspiración de vapores estupe­facientes; entre los derviches, dando vueltas en una danza alocada de fervor religioso, hasta que sobrevienen el vértigo y la insensibilidad; entre los partidarios de las prácticas abominables del culto Vudú, por espantosos sacrificios y ritos repugnantes de magia negra. Semejantes métodos no están, afortunadamente, en boga en nues­tra propia raza; sin embargo, aún entre nosotros, un gran número de ignorantes en este antiguo arte adoptan un método propio de hipnosis, tal como el mirar con fijeza algún punto brillante, o la repetición de alguna fórmula hasta que se produce un estado de semi-estupefacción, al paso que otra escuela de entre ellos trata de llegar a los mismos resultados por medio del empleo de algunos sistemas indios de respirar.
Todos estos métodos deben ser, sin ningún género de duda, condenados como muy peligro­sos para la práctica de cualquier hombre ordina­rio que no tiene idea de lo que hace, sino que sim­plemente pone por obra experiencias vagas en un mundo que le es por completo desconocido. Has­ta él método de obtener la clarividencia, hacién­dose magnetizar por otra persona, no tiene nada de recomendable y debe huirse de él. No debe jamás ser intentado excepto bajo condiciones de confianza absoluta y de afecto, entre el magne­tizador y el magnetizado; y un grado de pureza de alma y corazón, de mente y de intención, tales como generalmente no se ven nunca sino entre los santos más grandes.

Los experimentos relacionados con el sue­ño magnético son del mayor interés, pues ofre­cen al escéptico (entre otras cosas) una posibi­lidad de comprobar el hecho de la clarividencia; sin embargo, excepto bajo las condiciones que acabo de mencionar, condiciones que desde lue­go admito que son casi imposibles de encontrar, nunca aconsejaría a nadie que se sujete a tales experiencias.

El magnetismo curativo (por medio del cual, sin dormir en modo alguno al paciente, se inten­te aliviarle, o curarle, o comunicarle vitalidad con los pases magnéticos), es una cosa muy dis­tinta; y si el magnetizador, aunque sea comple­tamente inexperto, está bien de salud y anima­do de intenciones puras, ningún perjuicio resultará para el sujeto. En los casos extremos como el de una operación quirúrgica, puede un hombre razonablemente someterse aún al sue­ño magnético; pero no es, en verdad, un estado que deba experimentarse sin necesidad. Por mi parte, aconsejaría del modo más terminante a toda persona que me hiciera el honor del con­sultarme sobre el asunto, que no intentase nin­guna clase de investigación experimental en lo que es todavía para ella el campo de las fuerzas anormales de la naturaleza, antes de que, en pri­mer término, se haya enterado bien de todo lo que se ha escrito, sobre el asunto, o lo que sería con mucho lo mejor de todo, hasta obtener la dirección de un maestro competente.

Pero se dirá: ¿dónde encontrar ese maes­tro competente? Seguramente, no entre los que se anuncian como tales, que ofrecen comunicar, mediante unas guineas o duros, los misterios sagrados de las edades, o que tienen «círculos para desarrollar», en los cua­les se admiten los solicitantes a tanto por cabeza.
Mucho se ha dicho en este tratado acerca de la necesidad de una educación cuidadosa -de la ventaja inmensa del clarividente experto sobre el inexperto-; pero esto nos vuelve otra vez a la misma pregunta: ¿dónde puede obtenerse tal educación definida?

La respuesta es que esta educación puede obtenerse precisamente donde siempre se ha obtenido desde que principió la historia del mun­do: de la Gran Fraternidad Blanca de Adeptos, que se halla actualmente, como siempre se ha hallado, a espaldas de la evolución humana, guiándola y auxiliándola bajo el régimen de las grandes leyes cósmicas que representan para nosotros la Voluntad de lo Eterno.

Pero puede preguntársenos: ¿cómo se llega hasta ellos?, ¿cómo puede el aspirante, sedien­to de conocimiento, comunicarles su deseo de instrucción?
De nuevo contestamos: tan sólo por los méto­dos honrados por el tiempo. No existe ningu­na forma nueva por medio de la cual pueda un hombre hacerse apto sin trabajo, para conver­tirse en un discípulo de esta escuela, ningún camino real que conduzca al conocimiento que allí puede adquirirse. Hoy en día, lo mismo que en la más remota Antigüedad, el hombre que desee llamar la atención tiene que entrar en la senda lenta y trabajosa del propio desarrollo; tiene que aprender, en primer término, a tra­tarse a Sí mismo y hacerse todo lo que debe ser. Los pasos de este sendero no son un secreto, y han sido presentados tan a menudo en los libros teosóficos, que no los repetiré aquí. pero no es ningún camino fácil de seguir, y sin embargo, más tarde o más temprano todos tienen que andarlo, pues la gran ley de la evolución arras­tra a la humanidad, lenta pero irresistiblemen­te, a su meta.

De entre aquellos que se agolpan en este sen­dero, escogen los Maestros sus discípulos, y solamente haciéndose apto para ser enseñado, es cómo el hombre puede conseguir la enseñanza. Sin esta aptitud, el ingresar en cualquier Logia o Sociedad, ya sea secreta o de otro modo, no le hará avanzar lo más mínimo en su pro­pósito. Es verdad, como todos sabemos, que por iniciativa de algunos de estos Maestros fue fun­dada nuestra Sociedad Teosófica, y que de sus filas han sido escogidos algunos para entrar en relación más estrecha con ellos. Pero esta elección depende del esfuerzo del candidato, no del mero hecho de pertenecer a la Sociedad o a algún cuerpo dentro de la misma.

Este es, pues, el único modo absolutamente seguro de desarrollar la clarividencia: entrar con toda energía en el sendero de la evolución moral y mental, en uno de cuyos grados esta facultad, así como otras más elevadas, se empezarán a mostrar espontáneamente. Hay, sin embargo, un ejercicio que es aconsejado por todas las reli­giones igualmente, el cual, si se adopta cuida­dosa y reverentemente, no puede hacer daño a ningún ser humano, y por el cual suele desa­rrollarse un tipo muy puro de clarividencia; este ejercicio es el de la meditación.

Que una persona escoja cierto tiempo diario determinado en que tenga la seguridad de permanecer tranquilo y sin ser molestado, siendo preferible que sea durante el día más bien que por la noche, y dedicarse en tales momentos a mantener su mente, durante algunos minutos, completamente libre de todo pensamiento terrestre de cualquier clase que sea, y cuando lo haya conseguido, dirigir toda la fuerza de su ser hacia el ideal espiritual más elevado que conozca. Verá que el obtener semejante perfecto dominio del pensamiento es inmensa­mente más difícil que lo que supone; pero, una vez alcanzado, verá también que por todos con­ceptos le es grandemente beneficioso, y a medi­da que va adquiriendo mayor dominio para ele­var y concentrar su pensamiento, gradualmente encontrará que nuevos mundos se abren ante su vista.

Después de todo, sin embargo, si los que ansiosamente desean la clarividencia pudieran poseerla temporalmente durante un día, o tan siquiera una hora, es muy dudoso que tratasen de retener el don. Es cierto que ante ellos se abren nuevos mundos de estudio, nuevas facul­tades para ser útiles, y por esta última razón la mayor parte de nosotros creemos que vale la pena; pero hay que tener presente que para uno cuyo deber todavía le obliga a vivir en el mun­do, no es, en modo alguno, una dicha sin mez­cla. Sobre el que obtiene esta visión se posa, como un peso siempre presente, el dolor y la desgracia, el mal y la codicia del mundo, has­ta el punto que en los primeros pasos de su cono­cimiento siéntese a menudo inclinado a ser el eco de la abjuración apasionada que contienen estos fluidos versos de Schiller:

Dein Orakel zu verk.ünden;
warum warfest du mich hin
Yn die Stadt der ewig Blinden,
mi dem aufgeschloss'nen Sinn?
Frornrnt's, den Schleiér aufzuheben,
wo das nabe Schreckniss droth?
Nur derYrrthum ist das Leben;
diesses Wissen ist der Tod.
Nimm, O nimm die traur' ge Klarheit
mir vomAug'den blut'gen Schein!
Schrecklich ist es deiner Wahrheit
sterbliches Gefáss zu seyn.
Los cuales pueden, quizá, traducirse así
¿Por qué para proclamar
tu oráculo me has lanzado
en la ciudad de los eternos ciegos
con el sentido abierto?
¿ Vale levantar el velo
donde amenaza el peligro cercano?
Sólo la ignorancia es vida;
este conocimiento es la muerte.
Quítame, ¡oh!, quítame esta triste
clarividencia, aparta de mis ojos la visión sangrienta.
Es horrible ser el vehículo
mortal de tu verdad.

Y más adelante exclama también: «Devuélve­me mi ceguera, la dichosa oscuridad de mis sentidos; quítame tu espantoso don».

Pero esto es, por supuesto, un sentimiento que pasa, pues la vista superior pronto muestra al discípulo algo más allá del deber; pronto pene­tra en su alma la abrumadora certeza que cualesquiera que sean las apariencias aquí abajo, todas las cosas, sin ningún género de duda, tra­bajan juntas por el bien eventual de todo. Refle­xiona que el pecado y el sufrimiento están allí ya los pueda él percibir o no, y que cuando pue­de verlos se encuentra, después de todo, en mejores condiciones para prestar auxilio eficaz que si trabajara en las tinieblas, y de este modo aprende a soportar su parte del pesado karma del mundo.

Hay algunos mortales descarriados, que teniendo la suerte de poseer una parte de esta facultad superior, están, sin embargo tan abso­lutamente destituidos de todo sentimiento elevado en relación con tal poder, que lo usan con los fines más sórdidos, hasta el punto de anunciarse como «clarividentes probados para negocios». Inútil es decir que semejante uso de esta facultad es una mera prostitución y degradación de la misma, que demuestra que su desgracia­do poseedor la ha obtenido de algún modo, antes que el lado moral de su naturaleza se hubiese desarrollado lo suficiente para soportar la prue­ba que impone. La percepción del mal karma que semejante conducta muy pronto genera, cambia la repugnancia en compasión por el des­graciado perpetrador de tal sacrílega imprudencia.

Se objeta a veces que la posesión de la clari­videncia anula todo lo reservado y confiere un poder sin límites para explorar los secretos de los demás. No hay duda que efectivamente con­fiere semejante poder, pero, sin embargo, tal idea resulta algún tanto ridícula para cualquie­ra que conozca prácticamente el asunto. Seme­jante objeción es posible que sea muy fundada con respecto a los muy limitados poderes de los «clarividentes probados para negocios»; pero la persona que la refiere a aquellos que han adqui­rido la facultad en el curso de su instrucción, y que, por consiguiente, la poseen por comple­to, olvida tres hechos fundamentales: primero, que es de todo punto inconcebible que una per­sona que tenga abiertos ante sí los espléndidos campos de investigación que la verdadera cla­rividencia presenta, pueda tener jamás el menor deseo de espiar los vanos secretillos de cual­quier individuo; segundo, que si por alguna improbable casualidad nuestro clarividente tuvie­se semejante despreciable curiosidad por tales menudencias, existe, después de todo, lo que se llama el honor del caballero, que lo mismo en aquel plano que en éste, le impediría, por supuesto, hasta la idea momentánea de aprove­charse de ello bajo ningún concepto; y terce­ro, que en caso de la posibilidad sin preceden­te de que hubiese alguna variedad excepcional de una clase inferior de Pitris, para quien seme­jantes consideraciones no tuvieran peso algu­no, hay que tener en cuenta que a todos los dis­cípulos, así que principien a mostrar señales del desarrollo de esta facultad, se le comunican ter­minantes instrucciones que restringen su uso.

Para decido de una vez, estas restricciones son que no se debe espiar a los demás. que no se puede usar este poder en ningún sentido ego­ísta, ni debe hacerse ostentación alguna de fenómenos; o lo que es lo mismo, que las mismas consideraciones que sirven de norma de conducta a cualquier persona digna en el plano físi­co, se espera que las tenga también en el plano astral y el devachánico; que el discípulo no debe, en ningún concepto, usar los poderes que sus mayores conocimientos le confieren, en beneficio propio mundano, o en nada que se relacione con ganancia; y que nunca debe prestar­se a lo que se llama en los círculos espiritistas «pruebas», esto es, hacer algo que pruebe de manera evidente a los escépticos del plano físi­co, que posee lo que para ellos aparecería como un poder anormal.

Respecto de esta última prohibición, la gen­te dice a menudo: ¿Y por qué no? ¡Sería tan fácil refutar a los escépticos y convencerlos en bene­ficio suyo! Tales críticos no tienen en cuenta que, en primer lugar, ninguno de los que saben algo, desean refutar ni convencer escépticos, ni les importa un ardite su actitud en ningún sen­tido; y en segundo, que no comprenden cuán­to mejor es para el escéptico el llegar gradual­mente a una apreciación intelectual de los hechos de la naturaleza, en lugar de que le sean repentinamente impuestos, como si dijéramos, por un golpe de maza. Pero este apunto ha sido perfectamente tratado hace muchos años en El mundo oculto, de Sinnett, y no es necesario repe­tir aquí los argumentos aducidos entonces.

Para algunos de nuestros amigos es muy difí­cil darse cuenta de que la necia chismografía y la vana curiosidad, que tan por completo ocu­pa la vida de la poco inteligente mayoría en la tierra, no preocupa en lo más mínimo la vida más real del discípulo; y así, algunas voces pre­guntan si aun sin ningún deseo especial de ver, no puede un clarividente observar casualmente algún secreto que otra persona tratase de ocul­tar, del mismo modo que la mirada de uno pue­de por casualidad fijarse en una sentencia de una carta de otro que se hallase sobre una mesa. Por supuesto que esto puede suceder; pero, y si suce­de, ¿qué? El hombre de honor apartaría la vis­ta, tanto en un caso como en otro, y sería como si nada hubiese visto. Si los objetantes se die­ran cuenta del hecho de que a ningún discípulo le importan los asuntos de otro, excepto en el caso de que trate de serle útil, y que siempre tie­ne un mundo de ocupaciones propias a que aten­der, no estarían tan lejos de comprender las cir­cunstancias de la vida más amplia del clarividente ejercitado.

Aun por lo poco que he dicho respecto de las restricciones impuestas al discípulo, es eviden­te que en muchos casos sabrá bastante más de lo que está en libertad de decir. Esto, por supues­to, es también verdad, en un sentido de mucho más alcance, en lo que concierne a los mismos Maestros de, Sabiduría, esta es la razón por que los que tienen el privilegio de hallarse alguna vez con Su presencia, oyen con el mayor res­peto sus menores palabras, hasta en los asuntos que en nada se relacionan con la enseñanza directa; pues la opinión de un Maestro, y hasta la de uno de sus discípulos superiores, sobre cualquier asunto, es la de un hombre cuyas posi­bilidades de juzgar con exactitud están fuera de toda proporción comparadas con las nuestras.

Su situación, así como sus superiores facul­tades, son, en realidad, la herencia de toda la humanidad; y por muy lejos que ahora nos encontremos de esos grandiosos poderes, no por eso es menos cierto que serán nuestros un día. Pero ¡qué diferencia entre el mundo actual y aquel en que la humanidad entera posea la cla­rividencia superior! Piénsese que diferente será la historia cuando todos puedan leer sus anales; la ciencia, cuando todos los procesos, acerca de los cuales los hombres sólo pueden emitir teo­rías, puedan observarse en todo su curso; la medicina, cuando tanto el doctor como el paciente puedan ver clara y exactamente lo que hay que hacer; la filosofía, cuando ya no exis­ta la posibilidad de la discusión acerca de sus bases, porque todos igualmente podrán ver un aspecto más superior de la verdad; el trabajo, cuando toda ocupación será dichosa, porque cada hombre será dedicado a aquello que pue­da ejecutar mejor; la educación, cuando la men­te y el corazón de los niños sean libro abierto para el maestro que trate de formar sus caracteres; la religión, cuando ya no sea posible dis­putar sobre sus principales dogmas, toda vez que la verdad acerca de los estados después de la muerte, y la Gran Ley que gobierna el mun­do, serán patentes para todos. Sobre todo, ¡cuán­to más fácil será para los hombres evoluciona­dos ayudarse mutuamente bajo unas condiciones mucho más amplias! Las posibilidades que se presentan a la mente son como vistas glorio­sas que se extienden en todas direcciones, de manera que nuestra séptima ronda será talmente una verdadera edad de oro. Bueno es que estas grandiosas facultades no serán poseídas por toda la humanidad hasta que haya alcanzado un nivel muy superior, tanto en moralidad como en sabiduría, porque de otra manera se repetiría, en condiciones aún peores, la terrible caída de la gran civilización atlante, cuyos individuos no supieron comprender que a un mayor poder corresponde una responsabilidad mayor. Sin embargo, nosotros mismos hemos estado, por la mayor parte, entre esos mismos hombres; esperemos que aquella caída nos haya servicio de provechosa enseñanza, y que cuando de nuevo se abran ante nosotros las posibilidades de la vida más amplia, soportáremos la prueba mejor.

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